MELVYN GRANT (ICE SCHOONER)

Capítulo II

-El SOBRINO DEL CONDE-

En el campo la vida transcurre siempre igual, pocas veces ocurre algo inesperado, los hombres del campo son de alma tranquila y paciente, su filosofía la resumen en esta frase de fatalista sabiduría, “lo que ha de ser será, y lo que ha de pasar, pasará”.

Pero a veces ocurren incidentes humanos que por ser humanos y no de la naturaleza, el hombre siente su llamada de independencia, esta llamada hace dejarle a un lado su actitud fatalista y cobrar inconscientemente una actitud vital que la costumbre de la sumisión había dormido.

La condición humana puede uniformizarse, puede hacerse un solo pensamiento, un mismo comportamiento para millones de personas con asombrosa exactitud, pero esta uniformidad nunca es perfecta, de ahí que cuando se crée que el hombre es un engranaje mecánico porque su mente ha sido atrofiada y anulada su voluntad, sin motivo aparente y ante un pequeño incidente su orgullo mancillado infinidad de veces, recobra la conciencia de si mismo, despierta su voluntad, se rebela y trata de romper el yugo que lo esclaviza. Con frecuencia, la rebeldía de un solo hombre es contagiosa, de igual manera que el viento no sopla en una sola espiga, la rebelión sopla también por todo el campo levantando al hombre convertido en animal de trabajo hasta hacerle recobrar su conciencia de hombre. La rebelión de un individuo que había empezado por un pequeño incidente se convierte de la noche a la mañana en una revolución, miles de hombres que amparados en sus deseos de liberación arrasan a su paso todo lo que encuentran, no encontrando sus pasos más que castillos, palacios, conventos amurallados y casas de gente rica, que los humillaba, maltrataba y ahorcaba. Así pasó en la Roma Antigua, con la rebelión de Espartaco y sus compañeros gladiadores, igual suceso ocurría unos años antes con Eunión el Sirio en Sicilia, más tarde la del herrero Tylor en la Inglaterra medieval, o las revueltas de los Irmandiños gallegos.

El incidente que aquí nos trae no pasó de ser un hecho individual que variaría el curso de la vida de Roberto conduciéndolo por derroteros que jamás había imaginado.

Con su padre caminaba por bosques y valles en largos paseos, buscando hierbas y plantas con las que hacer preparados medicinales. Roberto fue iniciado por su padre en la botánica, pilar de la farmacopea para el tratamiento de enfermedades. Recogían a menudo plantas desconocidas e intentaban descubrir sus propiedades medicinales. Su madre con el propósito de que no se ausentasen de la casa y de ahorrarles fatigas, que para ellos no era ninguna, sino agradable placer, había sembrado en el huerto muchas de las plantas que necesitaban. La idea gustó tanto a su marido que aconsejaba a todos que sembrasen algunas de aquellas plantas. En pocos años las casas tenían sembradas variedad de estas plantas, cubriendo con ellas los remedios para las enfermedades más comunes, no faltando el romero, la ruda, la celidonia, espliego, hierba luisa, ortiga blanca y otras muchas. Fue está una previsión que no pocas veces sirvió de gran ayuda para conservar la salud de los habitantes de la zona.

A finales de la primavera salió Roberto de su casa muy temprano, antes de que saliesen los primeros rayos de luz, dispuesto a recoger plantas y hierbas que crecen en las montañas. Durante todo el día fue recogiéndolas en abundancia y variedad, atándolas en manojillos. A su regreso se encontró con dos jinetes, uno de ellos era el sobrino del conde acompañando a su joven prima. Este orgulloso muchacho no había olvidado a Roberto desde el día que acudiera a las caballerizas de su tío. Educado como todos los hijos de nobles en el desprecio a todas aquellas personas que no fuesen nobles como ellos, consideraban inferiores a quienes trabajasen o procediesen de familia que había trabajado. Su mayor virtud era la holganza, el no hacer nada excepto cazar, diciendo de si mismos que tienen sangre azul, porque al no estar continuamente su piel expuesta al sol y al aire, adquiere su piel un cierto color azulado de las venas, tratando de ignorar con ello que la sangre es igualmente roja para todos los hombres y hasta para todos los animales.

-En estas tierras no se puede cazar sin permiso. Dijo el joven noble, añadiendo acusadoramente. ¡Eres un cazador furtivo! ¿Qué llevas en ese saco?.

-Hierbas silvestres.

-¿Hierbas silvestres?, respondió desde el caballo. Abre el saco y suelta lo que llevas dentro.

Roberto echó en tierra los manojos de plantas. He aquí liebres, conejos y ciervos, toda una exquisita cena, dijo en tono irónico, que incrementó más el ridículo del pequeño noble ante su prima, a la que trataba de impresionar.

No eres cazador furtivo, eres ladrón, estás tierras no son tuyas, has robado, las gentes como tú tienen un sitio en la horca. Para impresionar a la muchacha, dio un latigazo a Roberto que no tuvo tiempo de esquivar.

La risa de la muchacha envalentonó al joven noble que comenzó a descargar latigazos. Protegiéndose como podía, consiguió Roberto arrancar el látigo de sus manos, sujetándolo después por la cintura y tras un breve forcejeo dió con él en tierra.

Al verse desmontado, traidoramente sacó un puñal. Todo sucedió muy rápidamente, Roberto le arrojó a su cara el saco de las plantas, momento que aprovechó para sujetarle el brazo y retorcerlo hasta hacerle soltar el puñal acompañado de un grito de dolor, el brazo había sido dislocado.

¡Te ahorcarán por esto! Amenazó lleno de rabia, me oyes, te ahorcarán.

Descargó Roberto con fuerza el látigo sobre la cara de quien lo increpaba; ahora ya hay un motivo más, le dijo.

Tomando conciencia de la amenaza y del peligro en que se encontraba, subió al caballo del orgulloso sobrino del conde y se alejó al galope.

Resonaban en su cabeza aquellas palabras ¡te ahorcarán! ¡te ahorcarán!, sin duda lo harían, por muchísimo menos ahorcaron el pasado año a varios hombres, pensó. Uno de ellos por intentar cazar un conejo, conejo que no cazó, pero fue ahorcado igualmente.

Llegó a su casa, introdujo al caballo en la cuadra, evitando que se enfriase. Salió a su encuentro su padre, contandole de todo lo sucedido. Puso cara de pesadumbre que pronto borró volviendo a su acostumbrado aspecto sereno yanimoso. El sobrino del conde, además es hijo del juez del reino, si caes en sus manos te ahorcarán, claro que primero tendrán que encontrarte, en pocas palabras, debes huir y dejar en tu lugar al viento. Llevarás todos mis ahorros, sin perder tiempo te irás, este es un buen caballo, en quince o veinte días estarás en Cádiz, allí podrás embarcarte.

De quedarte aquí, tu profesión y conocimientos no tardarían en delatarte, en poco tiempo darían contigo. El juez y el conde son rencorosos, no olvidarán esto mientras vivan, el hijo por lo que me has contado, lo tendrá presente toda su vida.

Entraron en la casa, elaboró el padre para su mujer una mentira piadosa, que la mujer por inteligencia disimuló que creía, pero que su intuición de madre adivinaba peligro para su hijo. Retuvo las lágrimas y actúo con entereza. 

Salieron a despedirlo, su padre temiendo que nunca más volvería a verlo lo apartó de su madre diciéndole: estamos orgullosos de tí, nosotros viviremos como hasta ahora, nada habrá de faltarnos, no debes volver hasta recibir aviso. Todo lo que sabía te lo he enseñado, sólo una última cosa me resta por decirte, es una norma por la que siempre he intentado guiarme: mientras vivas, hijo mio, sé justo y bueno, pero en los momentos en que no puedas ser ambas cosas, sé bueno, aunque no seas justo. Y ahora vete, el tiempo apremia.

Su madre lo abrazó y un ligero escalofrío recorrió todo su cuerpo, no pudo más y las lágrimas se deslizaron por las mejillas, pero ni un solo sollozo salía de sus labios. Su padre tragó saliva conteniendo la emoción. Instantes después la figura de Roberto se perdía en la oscuridad de la noche, solamente el ruido de los cascos del caballo sobre el camino, atestiguaban que se alejaba sin tropiezo.

Durante mucho tiempo quedaron los padres a la puerta de la casa, su madre se negaba a entrar.Volvían a estar como en su juventud, sólos y comenzando de nuevo su convivencia que por fuerza tenía que ser distinta.

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