MELVYN GRANT (ICE SCHOONER)

Capítulo IX

-HISTORIA DEL COCINERO-

El cocinero tanteó una de aquellas lanzas, quitó el afilado pedernal de su punta y comprobó la extraordinaria dureza de aquella madera pasada por el fuego, hizo unos remolinetes en el aire con ella y sonriente desafió a su amigo Abdul. Todos rieron, el más bajo de los tripulantes desafiaba en lucha a un gigante. Abdul el silencioso, rió también y no hizo caso de su amigo. El cocinero con sus dos manos sobre el palo, insistió. Abdul, esta es mi arma, soy un dieciséis puntas, prueba a vencerme.

Las risas y carcajadas fueron estrepitosas. Abdul se adelantó para evitar las risas, aunque él se reía como todos los demás. Abdul, repitió el cocinero, empuña el sable, va a hacerte falta. Llegado a este punto las risas alcanzaron su culmen, unos se tapaban los ojos, otros se sujetaban el vientre, el cocinero desafiaba con un delagado palo a un gigante que dé un manotazo lo pondría fuera de combate.

Abdul no hizo caso e intentó apresarlo de un movimiento rápido, pero el cocinero dio un saltó y sujetó la vara con las dos manos a poca distancia de su punto medio. No esperó el segundo ataque, golpeó con el palo el borde izquierdo de la rodilla de Abdul, con velocidad inusitada golpeó la parte derecha de su cabeza y a al misma velocidad repitió el golpe en la parte izquierda, el palo fue dirigido seguidamente a su rodilla derecha, giró el cocinero media vuelta y con la punta le golpeó dos veces el plexo solar de Abdul, que se encogió, el palo esta vez fue dirigido a la nuca, Abdul el gigante inexpugnable cayó al suelo cuan largo era, las maderas crujieron al choque de su cuerpo.

El cocinero arrojo el palo y se precipitó sobe su amigo intentando despertarlo, Abdul estaba en las estrellas y tardó un buen rato en venir de ellas.

Nadie daba crédito a lo que habían visto, todo había sido tan rápido, que si no estuvieran viendo en el suelo a Abdul jurarían que nada había sucedido.

Abdul volvió en si desconcertado preguntando, ¿qué pasó?. Esta vez las risas fueron para Goliat.

Cada uno de aquellos golpes que hubiesen sido fatales para cualquier persona, a Abdul sólo le hicieron perder unos instantes el conocimiento. Los golpes dirigidos con la precisión y fuerza con que el cocinero los dio no serian soportados por ninguno de los que en el barco estaban. El cráneo se le hubiese roto como una cáscara de nuez, las piernas se quebrarían como una brizna de paja. Abdul necesitó siete de estos golpes para ser derribado. Al despertar vio sobre su rostro el del cocinero que lo reanimaba.

Los siguientes días el cocinero llenó la atención del barco, en una ocasión habló de si mismo contando su historia.

Yo soy de Galicia, nací en las montañas de su interior, vivía en tierras que limitan con Portugal. Las montañas son suaves cubiertas de espesos bosques de robles y encinas, su paisaje es siempre vivo porque el agua de la lluvia mantiene la vegetación fresca y vigorosa. Los riachuelos abundan esparciéndose por todas partes como venas del cuerpo y como ellas transportan agua, que es la sangre de la tierra. Las muchachas son bonitas de suave cintura, caderas hermosas y redondeadas y sus rostros frescos como verdes prados. El clima es agradable, en invierno un poco más de frío con algunas heladas, algunas nieves y abundante lluvia, pero el invierno pasa pronto.

Toda la zona pertenece a cuatro propietarios, montañas, bosques, campos, rios, tojales, casas, molinos, habitantes, ganados, aves y peces. Nosotros somos siervos, vivimos aislados y malamente nos alimentamos. Es lástima que en una tierra tan hermosa haya tanta miseria, la hay sin necesidad, además de hermosa sus campos son buenos produciendo abundantes cosechas. Yo cuidaba una parte del ganado, era pastor como otros, pasaba días y noches en las montañas, semanas enteras y aún meses sin bajar a la aldea. Cada cierto tiempo alguien dejaba para mi y para los grandes perros de ganado, pan, con él que debía alimentarme hasta el próximo abastecimiento. Las ovejas me proporcionaban leche, con ella hacia quesos que comíamos los perros y yo. Mi vida era tan miserable como la de cualquier otro. En dos ocasiones pasé tiempo comiendo a cuerpo de rey. El señortenía un amigo que era poeta, solía pasar parte del verano o de la primavera en su pazo, una vez se empeñó en que tenía que vivir un tiempo de pastor. Me ría yo de su vida de pastor, buenas ropas, buenas mantas, buenas botas de piel, carne asada, jamón, chorizos, pescado salado, pan recién hecho y vino. Como yo tocaba la gaita me cobró afecto y todo lo compartía conmigo. Mi naturaleza alegre y despierta, templaban un poco su naturaleza melancólica, contándome él muchísimas cosas de los lugares por donde había estado. Yo nunca había salido del lugar, las montañas era lo único que conocía, ovejas lo que más había tratado. Mi curiosidad no se saciaba me enseñó a leer y me regaló un libro. Una de las veces se le antojó comer carne de oveja y quiso que sacrificase una, comimos su carne preparada de varias formas que el conocía.

Me preguntó si yo no hacía lo mismo alguna vez. ¿Yo? Respondí asombrado. Nunca se me había ocurrido tal cosa, de hacerlo y enterarse me hubiesen molido a palos y metido hasta morir en el inferniño, nombre con el que nos referíamos a las mazmorras del pazo.

Es fácil hacerlo sin que nadie se entere, añadió, matas una oveja y dices que fueron los lobos, la cosa no es tan complicada.

¿Y si se enterasen?.

¿Por qué habían de hacerlo? Tú la comes y le hechas la culpa al lobo, que lo busquen y le pregunten.

La idea no cayo en terreno estéril, muy al contrario, el terreno estaba abonado por la mucha hambre, de vez en cuando venia el lobo mataba una oveja, yo la comía, los perros comían y todos tan contentos.

Todos los hombres sabíamos manejar el palo, yo era de los más diestros. Con el palo jugábamos, con él caminábamos, con él guardábamos el rebaño y con él nos defendíamos del lobo. Era yo un dieciséis puntas que son aquellos que no han sido vencidos por nadie diez veces seguidas y por que sus movimientos y golpes son dirigidos hacia dieciséis partes distintas del cuerpo de nuestro adversario. Decimos de nosotros, que nacimos con el palo en las manos.

El poeta calentó mi cabeza con lugares tan maravillosos que la soledad de las montañas acabó incendiándomela. Un día bajé el rebaño, maté varias ovejas, repartí su carne entre las chozas de la aldea para que se dieran un festín al menos una vez en su vida y huí por los montes antes de que me cogiesen. En la huida una manada de lobos tan hambrientos como yo, me hizo estar tres días subido a un árbol, durante este tiempo no se separaron de él, intentaron morder el tronco pero era un roble de grueso tamaño, entonces los muy ladinos para no permanecer todos allí, se turnaban, mientras unos vigilaban, otros iban de caza. A los tres días comprobaron que yo no me dejaría comer y se fueron. Crucé Portugal, trabajé en posadas y mesones aprendiendo a cocinar, después me embarqué en el Halcón.

¿Son los lobos tan fieros como dicen?, preguntó uno de los marineros. Es el hombre lo que les hace ser fieros, fieros a los lobos y fieros a los hombres, un lobo bien alimentado es tan bonachón como un hombre con la barriga llena.

Pero no hay que olvidar que son animales salvajes, viven de la caza, no hay animales que puedan atacarles a ellos excepto los grandes perros y el propio hombre. Cazan en solitario pero casi siempre en grupo. Un solo lobo no podría enfrentarse a un jabalí, ni a un ciervo , ni a una vaca, ni a un caballo. Haciéndolo en manada reducen a presas muy superiores en tamaño con facilidad.

Un día cerca del anochecer me dirigía a la aldea y un lobo me seguía acercándose cada vez un poco más, me estudiaba con suma curiosidad. Las casas todavía quedaban muy alejadas y la noche caía encima, así que le arrojé un pedazo de pan lo olisqueó y después se lo comió, seguí caminando y el detrás acercándose cada vez más. No tenía más pan así que le arrojé un pedazo de queso, que se comió después de olisquearlo. Me siguió hasta la aldea a no más de veinte pasos de distancia de mí.

Durante varios días me acompañó hasta la aldea pero caminaba a mi lado, yo le regalaba un buen trozo de pan y queso.

Pero no debe olvidarse que son animales salvajes.

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