MELVYN GRANT (ICE SCHOONER)

Capítulo XIII

-EL AZAR-

La hija mayor del exgobernador conversaba con Roberto durante esas horas de inactividad que en la vida del mar se tiene. El corazón de Roberto latía con más fuerza de lo habitual y su mente tendía a irse en pensamientos lejanos. El capitán buscaba encontrarla y ella como joven que era, no rehuía ocasión alguna. Roberto comenzaba a enamorarse o a tener un sentimiento que le era extraño y que nunca había sentido.

Ella lo notaba, le hacía gracia, le divertía, y como mujer, su orgullo se elevaba.
Era ella de facciones bonitas, su voz era agradable, y su carácter alegre. Como mujer se sentía halagada, pero veía en Roberto alguien que era poco para ella, que no llegaba a su posición ni condición social, aún teniéndole, eso sí, el atractivo del proscrito de vida aventurera y que además la embelesaba con sus palabras, con su conversación y con sus atenciones indirectas. Poseía la muchacha la experiencia y el arte de la seducción que en su ambiente se estilaba, en el se criaban y en el se educaban teniendo como objetivo la adquisición de lo que los padres llamaban buen partido o buena familia, sin tener en cuenta ni pensar jamar en la felicidad de sus hijos, en fin mientras ella coqueteaba Roberto se enamoraba.

Pero hasta los secretos mejor guardados tienen espías y los secretos del corazón cuanto más se ocultan mas a la luz salen. Al cocinero no se le había escapado nada de lo que al capitán le sucedía, observaba sus movimientos y sonrisas con la hija del exgobernador. Una tarde que estaban ambos en tierra, el cocinero el pregunto de improviso-¿Enamorado de la tonta de los ricitos?.

Sintió Roberto esas palabras como clavos ardientes en su cuerpo, no supo que contestar ni podía articular palabra alguna.

El cocinero también permanecía en silencio, con el rostro serio y la mirada aguda del que conoce el desenlace final pero que no obstante desea asegurarlo personalmente.

Roberto una vez repuesto y descubierta ya la atracción que por la muchacha sentía, abrió su alma contando sus penas de enamorado, las noches interminables sin poder dormir a causa de ensoñaciones, de los deseos de abrazarla, de tenerla en sus brazos, de acariciar sus cabellos y de sentirel frescor de sus labios en los suyos. Habló y habló durante largo tiempo descargando su mente de todo lo que en ella estaba dormido sin poder salir. El cocinero escuchaba atento, no pronunciaba palabra alguna, oía, observaba y callaba, Roberto seguía hablando moviendo la cabeza y las manos con la pasión que los jóvenes expresan los asuntos del corazón.

Joven también el cocinero, con algunos años más que Roberto, pero con la experiencia que enseña la aislada soledad de las montañas en las que el viento, el sol, la lluvia, el frío, los ruidos del bosque y los animales, el ladrido de los perros y el aullido del lobo son la única compañía, la nada se podría decir para algunos y el todo para los que entienden, porque para esos pocos que conocen el sonido del viento y escuchan hablar del bosque, entienden la naturaleza, la sienten haciéndose una con ella, y poco a poco lentamente llegan al fondo de sí mismo.

Sí, acabo diciendo Roberto, estoy enamorado. Mientras meditaba sobre su propia afirmación.

Después de haberte escuchado, sino te he comprendido mal, -comenzó diciendo el cocinero a modo de preámbulo- esta muchacha te atrae irresistiblemente.

Sí, eso mismo, me atrae irresistiblemente. Es la mejor definición, exclamó.

Te atraen sus bonitos ojos, sus bonitos rizos, sus labios que deseas besary te mueres por estrechar su cintura entre tus brazos ¿no es eso?, preguntó.

Eso mismo, respondió poniendo cara de ensueño.

No sería mucho mejor, continuaba el cocinero, que acariciases sus hombros, que sintieses la turgencia de sus pechos, que tu cuerpo desnudo sintiese la suavidad de su piel y que sus muslos te acogiesen, como esta bahía acoge a nuestros barcos.

¡Oh, sería la mayor felicidad! exclamó Roberto, fuera de sí, y sin saber a donde quería llegar el cocinero. Lo tienes fácil amigo mío, da un paseo por tierra con ella, pasea por la playa, apenas vencida la resistencia de su alma, que no necesitarás mucho esfuerzo, caeréis uno en brazos del otro.

¿Así de fácil lo crees? Preguntó asombrado Roberto.

Porque lo que parece inalcanzable para el enamorado, no lo parece ni lo es para el que no lo está.

Así lo creo, y mi parecer es que deberías hacerlo hoy mismo, sin demora, aunque sospecho que la tontería hipócrita de la pequeña noble traspasó su condición social contagiándola a nuestro capitán, de humilde condición, haciéndole confundir a la yegua por asno, y a una mujer por una caricatura de ella.

¿Como? ¡Que me estas diciendo! Exclamó.

Ni más ni menos que lo que escuchas. Proseguía impasible el cocinero. ¿Cuántas mujeres hay, si exceptuamos a las dos que ya tienen elección echa? Responde.

Solamente ella, pero…..

Le interrumpió el cocinero sin dejarle finalizar la frase.

Como solo hay una no puedes comparar, y es la más hermosa y la más atractiva, por exclusión. Si añadimos a todo esto, que es la primera vez que te enamoras según me has dicho. En estos momentos me encuentro ante el bobo perfecto que compra lo primero que se le ofrece.

Roberto estaba confuso y azorado, su mente se agitaba en mil direcciones contrapuestas sin orden alguno.

No es todo así como lo describes, balbuceó sin convicción alguna.

Claro que no es todo así, es más todavía. Ella se divierte contigo y de tí lo sabe todo y tu sufres por ella y de ella nada sabes.

¿Crees que nos acompañará?. Ni lo sueñes. Y si lo hiciese no sería más que un manantial de problemas y conflictos. En ti no ve más que lo atractivo de lo novedoso y de lo que está fuera de la ley. Ve tu en ella lo mismo y solázate con ella, al igual que ella desea hacerlo contigo.

Es un alma tan pura, respondió pensativo.

Una carcajada partió del cocinero mientras echaba las manos a la cabeza –alma pura es la tuya y el cuerpo también-, ella ni una cosa ni la otra, su mundo es la hipocresía, la mentira, el engaño, la falta de moral y en eso se educan y son consumadas maestras.

He observado las vacas, ovejas y caballos y animales de las montañas, he observado despuésa las personas en pueblos, en mercados y en las ciudades, todos se mueven igual en lo tocante a algunas preocupaciones. Lo dicho amigo mío, sentenció el cocinero, disponiéndose a irse, ya va siendo hora de afirmarte como varón, ella te desea y te espera como hombre, pero para nada más, ten esto presente, para nada más. Y se alejó, dejándolo sumido en un mar de confusión, dudas y miedos intensos.

Las palabras del cocinero desbarataron todos sus pensamientos anteriores, le mostraban un camino nuevo e impensable. Su mirada quedófija en el mar y poco a poco su mente fue meciéndose al ritmo de las olas, y arrullado por ellas permaneció ensimismado perdiendo la noción del tiempo.

El cocinero llamó a la hija del exgobernador, para poder hablar a solas con ella. Te gusta el capitán, le dijo tuteándola ¿a mí?, respondió ella, añadiendo, con que derecho me tuteas.

Con el derecho de ser pirata para el que tu cuello no tiene más importancia que una botella de vino vacía 

¿Con que derecho me tuteas tu a mí, pajarillo enjaulado?.

Bajo ella los ojos sintiendo un temor indefinible ante aquel hombre fiero que no dudaría en quitarle la vida allí mismo, además nadie se atrevería a impedirlo, solamente Roberto, tal vez, y allí Roberto no estaba.

Os he observado, continuó el cocinero, y te he observado, volveré a hacerte la pregunta, te gusta el capitán.

Con los ojos bajos, no atreviéndose a levantar la mirada ante aquél hombre terrible. Respondió con voz muy baja, como en una confesión, me gusta.

El rostro serio del cocinero, sus ojos fijos en la muchacha, el tono de su voz grave y calculada, hacía que sus palabras cayesen lentamente como golpes de mazo. Ambos os atraéis, continuó diciendo, sois jóvenes, disfrutar de vuestros cuerpos y del amor que para eso está, yo sé que el capitán es para ti algo pasajero, pues como algo pasajero disfrútalo. Pero como sigas jugando y burlándote de sus sentimientos….

En este punto cogió el cuchillo que llevaba a la cintura, y lanzándolo se clavó a los pies de la muchacha que de la sorpresa solamente pudo levantar su cabeza con el rostro aterrorizados.

Escúchame bien lo que voy a decirte.

Por el capitán estáis con vida, si por mi fuera estabais muertos hace ya tiempo. Si él me diera la orden de arrojarme a los tiburones lo haría al instante, arrancó el cuchillo de las tablas del suelo, añadiendo –juega con sus sentimientos yo jugaré con tu cuello. Sin decir nada más se alejo lentamente.

La infeliz muerta de miedo casi no podía respirar, se ahogaba, en ese momento vió a Roberto que se acercaba, el aire comenzó a penetrar en sus pulmones y la vida que parecía suspendida cobró de nuevo impulso, hacia ella veía venir la tranquilidad, la paz y única diversión que tenía en el cautiverio, pero que ahora lo tomaba como el salvador de su vida ante el más fiero de los hombres.

Por su parte el cocinero, con cara resplandeciente y con una sonrisa de oreja a oreja se iba diciendo. Me parezco al mayor de los sinvergüenzas, mi poder de convencimiento por el miedo y el terror es comparable al de un ministro, un príncipe, al de un juez, al de un inquisidor. Claro está que entre parecerlo y serlo de verdad hay una buena diferencia, nunca podría llegar a ser un auténtico sinvergüenza sin entrañas. Adiós a llegar a convertirme en ministro, príncipe, juez o inquisidor.

Todo debió suceder como el cocinero había previsto, porque días más tarde Roberto volvía a tener el carácter alegre y su rostro sonriente, volvía a ser el acostumbrado, ella se había puesto más atractiva y bonita o al menos eso le pareció al cocinero que la observó varias veces sin que ella se percatase.

Veinte días después, reparadas y abastecidas las embarcaciones abandonaron la bahía, dejando en la isla a los viajeros. Los soldados pidieron a Roberto que les permitiese acompañarlos, no se negó Roberto a que estos hombres se uniesen a la tripulación ya que esta era su voluntad. En el último momento de zarpar, las dos criadas que simpatizaron con dos marineros se embarcaron también, con gran sorpresa del gobernador y de sus hijas.

Los barcos salieron a mar abierto poniendo rumbo a Portugal. En asamblea habían decidido realizar sus proyectos en el noroeste de España, en Galicia, lugar de nacimiento del cocinero, este había pintado con tales colores su tierra que a todos contagió su entusiasmo. El primer paso previsto estaba en arribar a la costa portuguesa o gallega, varios hombres se desplazarían a la zona del cocinero, comprarían aquellas tierras y volverían a encontrarse en un lugar costero fijado de antemano, esperando allí la llegada de uno de los barcos.

Si esas tierras no quisieran ser vendidas deberían buscar otras de características similares, tan buenas o mejores que las anteriores por la misma zona. De no lograrlo buscarían en el norte de España, en Asturias o Vascongadas. La posibilidad de buscarlas en Portugal no pareció acertada, debido a las sospechas que podían levantar el que se hablase un idioma distinto, fijando sobre ellos la atención de las guardias portuguesas.

Durante ese tiempo, ambos barcos se alejarían poniendo rumbo sus proas hacia los lugares en que se encontraban las mujeres e hijos de los marineros casados, así como los que tenían enamoradas muchachas que los esperaban para traerlas con ellos, siempre que por voluntad quisieran hacerlo. La labor era mucho más fácil de lo que en principio se esperaba, la mayor parte de los marineros no estaban casados, otros no tenían inclinación amorosa por alguna muchacha en especial, varios casos hubo de marineros que fueron en busca de padres y hermanos. Todos debían guardar el secreto de su vida en la piratería, nadie debía comentar el lugar en donde se instalarían, decirlo pondría en peligro el proyecto y sus vidas, un solemne y público juramento de cada uno de ellos los comprometía a no revelar ninguno de estos secretos.

Cada marinero fuese del galeón o del Halcón, sería acompañado por varios hombres que garantizasen su seguridad ante cualquier imprevisto. Abdul fue el más problemático, debían acercarlo a su país de origen, buscar a su tribu por el desierto y volver con su amada. Nadie acompañaría a Abdul, el sólo bastaba para defenderse, además la vida en el desierto acabaría en poco tiempo con quien lo acompañase. Abdul no veía llegado el momento de tocar tierra, su carácter cambió radicalmente pasando de ser el hombre más silencioso a ser el más hablador, su excitación no tenía límites, administrábanle diariamente tazones de tisanas de hierbas tranquilizantes que Abdul bebía obedientemente pero que en nada aplacaban su ardor amoroso.

La casualidad, el azar, que siempre había estado de parte de estos marineros, quiso tal vez servirse de ellos. Un día, apenas despuntada el alba, el vigía anunció barcos a la vista por estribor. Tres embarcaciones se dirigían hacia ellos, aunque estaban muy lejos sus intenciones fueron adivinadas. Toda la tripulación estuvo alerta. Aquellos tres barcos no eran otros que los tres barcos corsarios que tiempo atrás les habían perseguido. El azar en una de sus extrañas tramas los había hecho encontrarse de nuevo. Ancho, largo e inmenso es el mar, una embarcación no es para él más que una mota de polvo, siendo más fácil que se encontrasen dos motas de polvo arrojadas cada una en extremos opuestos de una ciudad, a que estos cinco navíos se encontrasen dos veces en pleno océano.

Pero el azar, la casualidad, es así, todo lo puede y solamente hace aquello que está obligado a hacer. ¿Porqué el azar insiste en enfrentar estas embarcaciones, porqué el azar insiste en enfrentar a estos hombres?, no tiene respuesta, porque el azar no responde. Quería el azar poner fin a aquellos hombres, sería ese su destino después de vencer todas las dificultades y cuando ya tenían al alcance de sus mano la realización de sus ilusiones, querría poner fin a sus destinos en el mismo mar donde se los habían creado. Tal vez, nada está hecho al capricho, el azar es un instrumento, un medio del cual se vale la armonía cósmica para un orden natural en la tierra.

Ordenó Roberto cargar todos los cañones, cuyo blanco había de ser el casco de los barcos justo en la línea de flotación, con cada cañonazo debían abrir una vía de agua. Se trajo de las bodegas pólvora, balas y armas, que fueron situadas estratégicamente y bien aseguradas. Se trajeron todos los fusiles que había en la bodega, suficientes para un regimiento. La mitad estaban en el galeón, con pólvora y munición suficientes como para sostener un prolongado asedio. De la isla habían traído sacos y bolsas de arena que se pusieron rodeando la base de los mástiles, hizo una protección de emergencia con sacos terreros para los pilotos de ambos barcos que debían permanecer siempre acompañado por tres hombres armados que supieran manejar el timón.

Mientras esto hacían, el Halcón se acercó al galeón, se tendieron los pasillos sujetos con garfios, trasladando con rapidez pólvora, municiones, fusiles y sables, así como las últimas cosas que pudiesen ser necesitadas, Roberto habló a sus hombres, son los corsarios de los que una vez logramos huir, esta vez es imposible, la noche está lejos y el galeón es demasiado lento, hacerles frente es la única alternativa. Para animarlos y proporcionales entusiamo añadió, tres barcos contra dos es una proporción desigual, si ellos fuesen cuatro estaría mejor. Al ser tres, vosotros hundiréis dos de ellos y nosotros solamente podremos hundir uno, la tripulación rió y gritó. La mayor parte de los piratas estarán ébrios de ron, esto es ventaja nuestra, como ventaja nuestra es la de que mientras ellos intentarán no hundirnos haciendo blanco en nuestros mástiles, nosotros tendremos blancos mucho más fáciles en sus cascos que debemos perforar con más agujeros que un queso gruyere.

Al piloto que estaba al mando del galeón y que le pareció bien su plan, añadió que siendo el galeón de mayor tamaño y más vulnerable, debía apuntar algunos cañones a la altura de la cubierta. Los dos barcos en posición de combate esperaban el ataque por estribor, con el Halcón situado a popa. El galeón cubrió con sacos de tierra los mástiles y orientó los cañones hacia las líneas de flotación y la cubierta, se cargaron todos los fusiles y pistolas para que cada hombre pudiese disponer de varios de ellos sin perder tiempo cargando el arma. Roberto había ordenado que los cañones aunque disparasen debajo de la línea de flotación, debían ir dirigidos a un solo punto con el propósito de abrir una gran vía de agua en el casco.

Se había concertado con el piloto del galeón los movimientos que haría, incluyendo un posible desplazamiento. Dispuso que los tres mejores tiradores de cada barco se dedicasen únicamente a abatir a quien manejase el pequeño cañón situado en la plataforma del mástil. Estos disparos actuarían como un mortero que barrería la cubierta con su metralla.

En caso de abordaje, el Halcón iría en su ayuda, por último ordenó cortar tablas de palmo y medio de longitud para que cada hombre se atase una de ellas al antebrazo izquierdo, con el fin de que si hubiese abordaje les sirviesen de escudo y pudiesen parar algunos golpes de sable.

Los tres barcos cada vez estaban más cerca, a simple vista divisaban la bandera negra, Roberto con sus catalejos observaba continuamente el movimiento en sus cubiertas no equivocándose al decir que el ron correría con profusión, costumbre que los corsarios y piratas tenían antes de iniciar un ataque. La costumbre de distribuir alcohol entre los soldados antes de una batalla era extendida en el ejército también. Tratan los generales con esta medida, infundir valor a los soldados haciéndoles perder afición a la vida, yendo estos hacia la muerte con el eufórico aletargamiento que la droga proporciona a sus mentes.

Si los corsarios estaban eufóricos y ebrios, ante las futuras presas, la tripulación del Halcón y del galeón no estaban tristes, aquella debía ser una victoria, defendían sus vidas y un barco con fabulosa fortuna, motivos suficientes para no estar tristes. Si los corsarios eran hombres hechos al combate, no lo eran menos los tripulantes del Halcón y del galeón que se habían adiestrado durante todo este tiempo en el manejo con el sable y armas de fuego, entrenándose en la lucha cuerpo a cuerpo y practicando diversas maniobras tácticas.

Aunque los hombres estaban bien entrenados los corsarios superaban su número.

El Halcón dejó que se acercaran, estaban bajo los disparos de su gran cañón pero no del resto de su artillería como tampoco lo estaban de la del galeón. Los corsarios se acercaban para situarse paralelamente. El Halcón seguía a la par con su costado sus avances. Roberto ordenó fuego, un primer disparo no hizo blanco, el tercero la bala silbó cortando el aire cayendo sobre la cubierta del segundo barco originando gran confusión en él, el cuarto disparo hizo blanco plenamente en la popa. Los corsarios se dieron cuenta que un gran cañón los mantenía a raya, sus ánimos disminuyeron, su capitán había reconocido a los dos barcos, una vez más estaba comprobando que aquella no sería presa fácil, sus hombres ardorosos en el combate eran volubles y la cobardía podría apoderarse de ellos cuando menos lo esperase, hubo de incitarlos prometiéndoles mayor parte en el botín.

El cañón seguía haciendo fuego, varios disparos errados levantaron espuma y agua, uno de ellos rompió un mástil que cayó al mar haciendo inclinarse uno de los barcos atacantes peligrosamente, enredando en su caída, velas y cuerdas de otro de los mástiles.

Los corsarios se pusieron nerviosos, impotentes a los disparos del Halcón, eran atacados en lugar de ser atacantes, su capitán ordenó fuego para enardecer a sus hombres. Una andanada de balas salió primero de un barco, seguidamente de los otros dos, las balas caían lejos levantando cortinas de agua. Roberto siguió acosándolos con su cañón, los corsarios cargaban su artillería y volvían a hacer fuego, las balas se acercaban cada vez más, pero una nube de humo, producida por la pólvora comenzaba a cernirse sobre cada uno de ellos, trés o cuatro descargas más y no verían un barco a diez metros de distancia. La artillería del galeón y del Halcón permanecía muda y a la espera de entrar en acción, los hombres estaban tensos. El plan consistía en que se acercasen dejándoles hacer fuego repetidas veces, impidiéndoles el humo de la pólvora la visibilidad, que unido a los destrozos que pudiese originarles el cañón del Halcón les haría tener ventaja sobre ellos.

Los dos barcos estaban ahora al alcance de sus cañones que hicieron fuego, sin dar en el blanco por no estar ajustada su artillería. El cañón del Halcón voló parte de la popa de uno de ellos arrancándole el timón y dejando el barco sin gobierno. Volvieron a disparar los corsarios, perdiéndose la mayor parte de las balas en el mar, algunos dieron en el casco del galeón y en el Halcón sin dañar sus impactos por la lejanía. La nube de humo era ahora espesa y densa, desde este momento lo harían a ciegas. El cañón del Halcón volvió a ser disparado oyéndose poco después una gran explosión, seguidamente ordenó Roberto hacer fuego al centro de la nube, una cerrada descarga de artillería partió del Halcón e inmediatamente siguió la del galeón. Crujidos de maderas y gritos de dolor venían de aquellos barcos. Respondieron los corsarios al fuego, pero sus balas disparadas sin blanco se perdían en el mar. Los disparos al centro de las nubes que cada vez eran más oscuras y espesas estaban haciendo impactos que debían ser terribles, aunque nada se veía. El cañón del 

Halcón agujereó el casco en la misma línea de flotación de uno de ellos rompiéndole las cuadernas, los demás impactos acabaron haciendo un gran boqueta por el que el agua entraba precipitadamente tomando posesión del barco.

La lucha desigual del principio, se había tornado ventajosa para los atacados, un barco imposible de gobernar con el timón arrancado, impactos en cubierta y el casco con múltiples vías de agua estaba prácticamente inutilizado para el combate, además la explosión oída no era otra que la de un barril de pólvora que había estallado. Otro barco estaba herido de muerte, sin un mástil y sin el palo mayor, con la popa destrozada, se alejaba huyendo lentamente, perseguido por las balas implacables de los cañones del Halcón y del galeón.

De otra de las nubes que envolvían a uno de los barcos, comenzaron a propagarse olas, olas que agitaron a los navíos, uno de aquellos barcos se hundía irreversiblemente arrastrando consigo en el remolino producido a la mayor parte de sus tripulantes.

De repente vieron dirigirse hacia ellos al barco que quedaba, era como si realizase un heróico suicídio, como si hiciese una venganza fatal diciendo, os arrastraré conmigo hasta el abismo.

Los cañones se disparaban en ambas direcciones, del galeón y del Halcón partían los proyectiles que caían pesadamente sobre la cubierta y casco del barco corsario. Todas estas balas parecían no afectarle, seguía en su dirección sin control ni gobierno por carecer de timón.

Recibía los impactos como caricias, no se inmutaba con ellos. La tripulación lazaba aullidos de dolor que se confundían con los gemidos de los heridos anteriores.

Un poco más de tiempo y el barco corsario podría realizar un abordaje. Muy poca distancia los separaban entre sí.

Estaban perdidos, los corsarios lo sabían, así que realizaron la única y última maniobra viable. Se jugaban el todo o la nada. Una descarga de fusilería partió del corsario que no se hizo esperar por parte del galeón de la que partió otra, momentos después ambos cascos colisionaban entre si, el Halcón acudió en su ayuda, el galeón soltó una andanada sobre la cubierta, varios corsarios cayeron muertos y otros heridos, ambos barcos permanecían unidos con sus costados, los corsarios se dispusieron al abordaje, en ese momento otra descarga volvió a minar el potencial humano del barco corsario, con cuerdas y plataformas cayeron sobre el galeón, los fusiles se descargaban sobre ellos, las pistolas hacían blanco también, los que intentaban luchar se encontraban con una oposición tal que no daban crédito a lo que estaban viviendo, los fusiles cargados con anterioridad eran una buena ventaja.

En la lucha cuerpo a cuerpo se defendían los corsarios más que atacaban, cuando los hombres del Halcón entraron en la refriega, no quedaban más que un reducido número de corsarios peleando por sus vidas y ni aún eso, peleando por alargar unos momentos más sus vidas.

Se rindieron poco después,pidiendo a gritos que les diesen cuartel. Abdul habló, cuando un hombre pelea por su vida, se le permite que lo siga haciendo. De donde yo vengo decimos que sea el desierto quien se encargue de ti, pero habéis vivido en el mar y gran parte de vuestra vida es el mar, que sea el mar entonces, quien de vosotros se encargue.

Las palabras de Abdul convencieron a sus compañeros que después de registrar y recoger todo aquello que les pareció de utilidad y valor, trasladaron a los corsarios heridos y sobrevivientes a su vencido y desvencijado barco corsario que pedía ayuda en la reparación de su casco herido de muerte.

Si eran diligentes obreros y el mar era generoso con ellos salvarían sus vidas.

Una vez más, el mar tenía en sus manos el destino y la vida de estos hombres.

Roberto había preguntado si entre ellos se encontraban carpinteros, albañiles o quienes habían hecho otras profesiones con anterioridad a la de marineros. Dos carpinteros, varios albañiles, otro de sastre, dos curtidores de cuero, uno de carpintero y un curtidor estaban heridos. A la propuesta de Roberto de unirse a ellos, como unos iguales y viendo estos la generosidad de su ánimo, todos decidieron quedarse, creyendo todavía que sus vidas serían vidas de piratas expoliadores del mar.

La batalla estaba ganada, nada había ya que temer. Lo que Roberto y sus hombres desconocían y que ni por un momento llegaron a sospechar, era que habían derrotado al corsario inglés George Shelwock, realizando sin querer un gran favor a la corona española.

Este corsario, al servicio de la corona inglesa cuyos intereses políticos y comerciales estaban enfrentados a la española, produjo grandes descalabros a los navíos comerciales que realizaban la ruta de las Indias a España.

Milagrosamente los barcos no habían sufrido daños de importancia, cosa rarísima en las batallas navales. 

Entre los marineros de los dos barcos había una docena de heridos, cuatro de gravedad, perdiendo un brazo uno de ellos.

Ambos barcos se alejaron del lugar mientras el sonido de una gaita se expandía al aire uniendo en un todo el mar y el cielo.

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