MELVYN GRANT (ICE SCHOONER)

Capítulo XIV

-ABORDAJES-

En asamblea decidieron cambiar de rumbo, los barcos necesitaban reparaciones que aunque no revestían gran importancia, eran necesarias y llevarían su tiempo. Otra razón era la posibilidad de explorar la isla de Madagascar y de otras islas cercanas como segundo lugar de ubicación para sus proyectos.

No llevaban dos días navegando cuando al amanecer el vigía gritó ¡barco a la vista! Roberto ordeno zafarrancho de combate y todo preparado, no para una defensa, sino para el asalto. Ordenó que de dispararse si hiciese falta fuese hacia la cubierta, con el fin de dañar lo menos posible el navío. El galeón maniobró a babor dando un buen arco para situarse en la misma dirección.

El Halcón por su parte hizo la misma maniobra pero a estribor. Ambos esperaban al navío entre ellos que a su paso descargó una andanada de sus cañones. Roberto realizó varias descargas de cañón hacia la cubierta y maniobró para realizar el asalto, siendo él el primero seguido por el cocinero, de Abdul y otros marineros que cayeron  sobre la cubierta de aquél navío como una tromba de agua. El barco era de compañía holandesa, la tripulación debía haber servido en la milicia porque manejaban la espada larga en una mano y la corta en la otra, con gran destreza. El cocinero asestaba terribles golpes y Abdul y sus compañeros los acorralaban a pesar de su tenaz resistencia. Roberto recibió un tiro que rozó la piel de su costado, y otro en un brazo. 

Viéndose perdidos los holandeses abandonaron la cubierta refugiándose en la bodega y camarotes unos, mientras otros se atrincheraban en el castillo de popa. Pidieron rendirse si respetaban sus vidas. A fín de cuentas ellos eran marineros y las mercancías no les pertenecían, excepto sus vidas, sus ropas y un mísero salario. El capitán y un oficial habían sido hechos prisioneros, pidieron a Roberto que atendiera a esa razón pues ningún beneficio obtendrían quitándoles la vida.

Les dieron cuartel y uno a uno fueron dejando las armas. Admiraron la destreza de estos hombres en el manejo de las espadas.

Algunos reyes españoles, temerosos ante la idea del infierno, no dudaron en enviar al infierno mismo a miles de hombres, mujeres y niños, antes que permitir que las ideas religiosas de Lutero, Calvino o Münzer, hombre este último de profundas reflexiones, de gran mente y de espíritu elevado. Insistía Münzer en que la iluminación espiritual no tiene porque llegar de la Biblia, que no pasa de ser un libro más, hecho por los hombres, insistía que la auténtica iluminación debe llegar por la persona misma desde su interior, ese sería su verdadero encuentro y conocimiento con la Divinidad.

Fue erigido en director de los anabaptistas que liberalizaron sus costumbres haciéndolas sencillas y muy humanas, buscando la semejanza de aquél comunismo primitivo de los primeros seguidores de Jesús de Nazaret, como eran los Apostólicos que todo compartían y todo era de todos, preparando con esta actitud la venida del reinado de Cristo.

La burguesía, los príncipes alemanes y el propio Lutero viendo peligrar sus privilegios ante esta idea y actitud revolucionaria que se extendía por el pueblo, los persiguieron a muerte hasta que los vencieron en la batalla de Frankenhausen. Tomás Münzer, un hombre de elevado espíritu reformador fue hecho prisionero y ejecutado como mil quinientos años antes lo había sido su maestro espiritual en Jerusalén.

Todo esto no eran otras que las ideas de la reforma y actualización de la religión católica a los nuevos tiempos que corrían. La reacción no se hizo esperar reyes católicos españoles hicieron en aquellas tierras un verdadero infierno, la inquisición con sus hogueras y torturas por un lado, las guerras y los abusos que consigo traen, junto con el hambre, las epidemias y las enfermedades que todo esto acarrea, por otro, convertían los paisajes fértiles en paisajes desolados, pueblos y aldeas con su población diezmada. Una carta del duque de Alba al rey español Felipe II llamado el caballero de la Fe, le escribía:

“Dieciocho mil personas cayeron bajo el hacha del verdugo y treinta mil emigraron. El día de ceniza se han preso cerca de quinientos hombres, a todos ellos he mandado ajusticiar. Para después de pascua temo que pasaran de ochocientas cabezas”.

Así escribía este hombre de terrible memoria en Flandes y que todavía hoy en día las madres atemorizan a los niños para que se queden quietos o no griten mucho en sus juegos, les dicen: “¿Que viene el Duque de Alba!”.

La técnica de lucha con las espadas la utilizaban los oficiales y muchos de los soldados de los tercios españoles. La espada larga era el arma de ataque propiamente dicha, la espada corta o daga era utilizada como arma de defensa que haciendo función de escudo desviaba la dirección de la estocada del atacante. Su buena ejecución requiere de un minucioso entrenamiento larga preparación técnica.


Los tercios españoles estuvieron en los países bajos sosteniendo allí las llamadas guerras de religión para mantener estos territorios unidos al a corona española. Llegó a tener más de noventa mil soldados, entre caballería, artilleros, arcabuceros e infantes. Siendo la infantería con sus picas de hasta dos metros y medio de largo hechas de fresno, las que soportaban el peso del enfrentamiento. Estos hombres admirables por su valor y hechos de armas y por su disciplina en el combate estaban considerados como las mejores tropas adiestradas del mundo y como el mejor ejército existente.

No solo tenían que sofocar las rebeliones de los países y lugares en los que estaban, también debían enfrentarse a los ejércitos que Inglaterra enviaba contra ellos así como a las tropas del rey francés. Cuatro frentes abiertos a la par, guerra con Francia, con Inglaterra, guerra con los que se sublevaban y como añadido el control militar de las poblaciones y territorios.

A estos soldados se le descontaba de sus pagas el valor del armamento y ropas. Pero cuando las arcas reales se vaciaban lés daban ropas de incautados, por utilizar un término suave y no llamarle robo de las poblaciones conquistadas. De ahí que con frecuencia fuesen vestidos muy indistintamente. No obstante, el jubón estaba acuchillado por colores rojo y amarillo los actuales de la bandera española.

También podían utilizar los soldados otras armas que fueren de su agrado, estas tenían que comprarlas de su propio peculio, muchos de ellos utilizaron la daga y la espada, además los oficiales, los coseletes la utilizaron en su mayoría que eran los soldados que utilizaban esencialmente la espada como arma.

Cuanto heroísmo individual y colectivo demostrado, cuanto esfuerzo derrochado, cuantas vidas humanas vanamente perdidas.

Volvamos a nuestra historia.

El cargamento que en sus bodegas transportaba el buque, consistía en sedas y especies en su mayoría junto con maderas nobles, pero también había entre sus mercancías, la mercancía humana de hombres. Ochenta esclavos con destino a la isla de Jamaica.

Se les había dado cuartel, se permitió su rendición y no les quitaron nada a los marineros que perteneciese a sus efectos personales. Pero había que vigilar muy de cerca de aquellos hombres audaces y bien preparados en las armas. Roberto nombró al cocinero capitán del nuevo barco, a Abdul su segundo y el piloto pidió voluntariamente pasar a formar parte de la tripulación.

El resto de los prisioneros fueron divididos entre los tres navíos y atados de dos en dos la mano derecha a la mano izquierda del otro, también el pié derecho de uno permanecía con una pequeña cuerda, atado al pie izquierdo del otro.

Los nativos cuyo destino no era otro que el de ser vendidos como esclavos, al ver a otros nativos de su mismo color y que eran marineros en los barcos se tranquilizaron y cobraron confianza, explicando que procedían de Etiopia, que allí habían sido apresados por los jefes de su país y posteriormente vendidos a hombres blancos, que a su vez les habían embarcado donde ahora mismo estaban.

El cocinero tuvo un momento de rabia reflejada en su rostro, que desapareció casi automáticamente mientras decía.

Por los lugares por los que he pasado, todos los perros ladraban igual e igualmente mordían, ponerles bozal y encadenar a algunos de ellos sería una solución parcial, pues perros habrá siempre.

Roberto añadió, si eliminásemos todos los hombres perro de este mundo, cosa imposible, quedarían hombres-tigres, hombres-hienas y hombres-buitres, hombres-rata, hombres en definitiva que habían cogido lo peor de ellos y lo peor de los animales. De esa pasta, de la peor pasta están hechos los príncipes y reyes, los señores, los marqueses y duques, así como los fabricantes y comerciantes sin escrúpulos.

El cocinero añadió con especial énfasis. Te olvidas de los hombres-faldas ¿Qué quieres decir? Pregunto Roberto sin entender. Los hombres-faldas, no son otros que curas, monjes de diversas órdenes, misioneros, abades, obispos, arzobispos, monjes, papas, jesuitas y cardenales, de todas las religiones conocidas y de las desconocidas también.

Me olvidaba de ellos, que no son pocos y son bajo su inofensiva apariencia la peor de las plagas que el hombre padece. Añadió Roberto.

En nuestro proyecto no se debe permitir entrada ni debe existir cabida de gentes así. Dijo el cocinero, al que Roberto nunca había visto tan serio. Ya nos llega con lo que nosotros somos y con lo que dentro llevamos y la maldad que pueda acompañarnos es lo que han plantado en nuestro interior. Plantas que debemos arrancar  arrojarlas lejos de nosotros y de todo ser vivo para que no germine en el corazón de ningún hombre.

Abdul y otros marineros que escuchaban, asentían con sus cabezas, dando conformidad a las palabras oídas que les hicieron recordar en unos instantes sus vidas, sus padecimientos así como los padecimientos vistos en otros por la riqueza de unos pocos y la misería de muchos.

La atmósfera de hermanamiento se extendió por todo el barco porque la avaricia divide a los hombres, las situaciones de peligro al igual que las situaciones de dolor los une, eliminando entre ellos lo absurdo de las diferencias del color de su piel o de las diferencias de estatura, cosas tan absurdas ambas para marcar diferencias entre los hombres como las de pensar que los de color negro no tienen alma o que son menos inteligente que los de color blanco. Sin saber los encargados de establecer estas diferencias que todos sin excepción procedemos de la raza negra y del centro sur africano. Pero aún más, los lunares que el hombre de piel blanca tiene en su piel, son vestigios que le quedan de su anterior piel de color negra. La nariz de fosas nasales abiertas, la tienen los habitantes de países calidos porque así el aire caliente los penetra con menor dificultad, el habitante de zonas frías y templadas en su evolución fisiológica, desarrolló una nariz más larga y de fosas nasales más cerradas, impidiendo de esta manera que el aire frío llegue directamente a los pulmones. Pero aún se podría añadir todavía más, por hablar solamente de los aspectos de evolución externa animal bípeda. Hay hombres cuyas orejas tienen gran movilidad, obedeciendo esto a nuestra anterior herencia de animal que tenía la capacidad de movimiento de sus orejas para captar mejor los ruidos y estar alerta, de la misma manera que existen hombres entre notros que tienen una extraordinaria elasticidad, extraordinaria fuerza o visión, no siendo todo ello más que vestigios de nuestra herencia animal.

Pero volvamos al hilo de nuestra narración. Pusieron proa a la costa oeste del continente africano, debían dirigirse a la altura del paralelo diez adentrándose en el golfo de Adén antesala del mar Rojo. Días de navegación hubo, en que pasaron las horas tumbados en la cubierta y en los puentes o entreteniéndose en ejercicios de lucha y otras pruebas que la juventud realiza para dar salida a su natural energía. Pero la mayor parte del tiempo la estuvieron dedicando a la reparación de las naves, en todo aquello que pudiese realizarse desde los mismos navíos, también estuvieron preparando lo necesario para las posteriores reparaciones con las maderas que en sus bodegas transportaban en previsión de tales ocasiones. Al anochecer cuando los rayos de sol se ocultaban permanecían en largas conversaciones o un marinero leía en voz alta para los que no sabían leer, que eran casi la mayoría de ellos. Esto condujo a Roberto a tomar la decisión de que todos los marineros a bordo de los barcos deberían saber leer y escribir.

Los dividió en grupos, poniendo a la cabeza de cada grupo al que supiera leer de ellos y que cada día fuesen leyendo en voz alta, con el propósito de practicar y coger gusto a la lectura. Un hombre ignorante, siempre harán de él un esclavo embrutecido, decía Roberto con frecuencia, añadiendo un hombre da comienzo a su libertad por la cabeza, el retirar las cadenas de sus manos y pies es solamente cuestión de tiempo.
     A veces algún marinero decía –Pero si ya somos libres- si el cocinero estaba cerca le respondía: -Estamos fuera de las cárceles, ser libres es otra cosa. Para ser libres, antes debemos conquistar la libertad y para hacerlo, antes debemos saber, conocer y sentir en nuestro interior que es la libertad. Al oirlo le respondían, eres un filósofo. El cocinero replicaba, -solamente soy un hombre que quiere ser libre y todavía no se muy bien como serlo.

Los marineros de los barcos competían entre sí en su alfabetización teniendo a gala el número de los que iban aprendiendo. Cada noche los barcos se gritaban unos a otros el número de marineros que habían aprendido a leer y a escribir, a menudo las cifras se inflaban tanto por un barco como de los otros dos, recordando el personaje del Lazarillo de Tormes cuando le regalaron al ciego un racimo de uvas, éste al compartirlo con Lázaro y para que ninguno de los dos comiese más, llegan a un acuerdo. Ninguno de los dos comerá más de una uva de cada vez. Al finalizar el racimo, el ciego sentenció –Lázaro me has engañado. Porque si yo comía dos uvas de cada vez, en lugar de una como era lo acordado y callabas, es que tú las comías de tres en tres.

En fin que las tripulaciones lejos de aburrirse y embrutecerse se formaban y al ser jóvenes casi todos ellos, más fácil era para sus mentes fortalecer sus almas con nuevos hábitos y nuevas costumbres.

Doblaron el cabo de Buena Esperanza, fuertes vientos y olas de altura se les vinieron encima, era el encuentro entre el océano índico y el océano Atlántico que en su fraternal abrazo mezclaban sus aguas y sus vidas como dos amantes. Abrazo de violenta pasión en el que naufragaron muchos navíos. El Halcón sufrió un pantocazo tal que se creyó que se partía el caso. Roberto bajo inmediatamente a la bodega y analizó personalmente la quilla y las cuadernas de proa que resultaron no estar dañados y en perfectas condiciones.

Sin nada que destacar navegaron sin tropiezo alguno, realizando la larga travesía hasta Etiopía, en su costa desembarcaron los nativos, ninguno quiso quedarse, pero dieron grandes muestras de agradecimiento en el momento de despedirse.

Se encontraban en el golfo de Adén, frente a las costas de Yemen y se dirigían a la isla de Socotora, necesitaban víveres, agua, reparar y limpiar los cascos de los navíos, cuando avistaron dos buques que venían hacía ellos. La ruta era muy transitada por barcos que traían peregrinos y mercancías con destino a la Meca, lugar sagrado y de peregrinación para los musulmanes y mahometanos de todos las naciones.

Estos dos navíos venían de la India, uno de ellos de enormes dimensiones y lenta navegación. Roberto indicó que el Halcón atacaría al mayor de ellos, los dos galeones atacarían y abordarían utilizando los cañones solamente que para destrozar la arboladura y amedrentar a los marineros, tenían que hacerse con los barcos y tomar de sus bodegas todo lo que les fuese útil permitiendoles después seguir su ruta.

Hicieron fuego para que se detuvieran, al no hacerlo, dispararon a los mástiles intentando desarbolarlos, así estuvieron, varias horas, dando y recibiendo cañonazos, hasta que los abordaron en maniobra rápida. A Roberto le prohibieron saltar a la cubierta del otro barco. Estaba totalmente recuperado de la bala recibida en el brazo, pero el cocinero como cabo de mar había convencido en asamblea, que el capitán era la cabeza, ya que estaba probado su valor, no debía exponerse a peligros innecesarios, esa fue la decisión, así que Roberto dirigió las operaciones de ataque y abordaje con la cabeza muy fría aunque la sangre le hervía por la excitación del combate. A pesar de que el buque transportaba mucha gente y era mucha su marinería no opuso casi resistencia y la poca que hizo fue ineficaz y mal organizada. El otro buque se rindió ante el acoso de los otros dos barcos.

Registradas las bodegas, tomaron todo lo que les pareció de utilidad, entre otras cosas, sedas, harina, carne salada, cordaje, velas, pólvora, armas, balas asi como los cañones que transportaron a sus barcos, también encontraron importantes cantidades de especies, oro y diamantes. Los buques transportaban también gran cantidad de peregrinos provenientes de la India y con destino a la Meca, entre ellos había mujeres y muchachas jóvenes, muchas de ellas de extraordinaria belleza.

Los hombres de Roberto y de los otros barcos necesitaban mujeres, allí a donde fuesen las necesitarían. Y allí las tenían, hermosas y muy jóvenes, solo tomarían las que necesitaban. Esta fue la opinión de algunos marineros. Uno de ellos, quedó amorosamente fulminado ante la presencia de una de las muchachas.

Moriré antes que separarme de ella, dijo mientras la cogió por una mano separándola del grupo con gran consternación de sus familiares que lloraban por la chiquilla mientras la chiquilla lloraba por ellos.

Varios intentaban hacer lo mismo pero sus familiares las sujetaban. Roberto disparó sus pistolas al aire, el silencio se hizo en toda la cubierta donde momentos antes no había más que gritos y llantos.

-Que hacéis miserables, se oyó decir,

-Nosotros damos libertad, no la sacamos ¿Acaso somos negreros? Yo no lo soy y no soy capitán de ninguno de ellos, pero si alguno hay entre mi tripulación seré yo mismo quien lo arroje por la borda.

Los ánimos se tranquilizaron pero el marinero no soltaba a la muchacha, estaba fuera de sí. Roberto le increpó,

-Suelta su mano y permite que vaya con su familia, le dijo Roberto.

-Ella se queda conmigo, volvió a responderle.

La tensión iba en aumento, Roberto pensaba rápidamente una solución, solución que no encontraba. Porque si bien era cierto lo que Roberto decía, también era cierto lo que los marineros decían a su vez.

El cocinero resolvió la situación muy diplomáticamente. Dejó sus dos pistolas y su espada a otro marinero y sin armas para provocar confianza, sonriendo le dijo,

-Hombre de Dios, has preguntado a esta muchacha si desea estar a tú lado, le has preguntado si desea ir contigo. El cocinero se acercó a ellos y señalándola, continuó.

-Le has preguntado, pedazo de animal, si te ama, pedazo de animal no, animal entero que eres, le has dicho al menos lo hermosa que es y que estas enamorado de ella y que te dejarías matar si os separasen y todas esas tonterías que se suelen decir los enamorados y los zopencos que como tu se encuentran en ese estado. Al llegar a este punto, la carcajada fue general, las risas se extendían por toda la tripulación, Roberto se dio la vuelta y se reía a sus anchas.

El cocinero adoptó un tono serio, su rostro cobró gravedad. Como cabo de mar propongo al capitán que todos aquellos marineros que durante el tiempo que estemos en estos barcos aquellos que logren persuadir a las muchachas que les acompañen, podrán llevarlas consigo. De no ser así, no habrá de ser de otra manera.

A todos les pareció bien las palabras del cabo de mar. Esa misma decisión se trasmitió a los otros barcos. Se descargaban las mercancías y todo lo útil necesario o que pudiese servirles.

Después se pasó a la fase galante y después la despedida y embarque, ni una sola muchacha decidió acompañarles, aunque algunas de ellas, si no estuviesen acompañadas de sus padres y familiares, muy probablemente hubieran tomado otra decisión.

El marinero infectado del mal de amor, se acercó a la joven y con los ojos llorosos, tomándola de las manos se las besó, cuando se marchaba el padre de ella lo llamo sacando de un oculto bolsillo un espléndido collar de perlas y se lo puso al cuello, estrechándolo seguidamente entre sus brazos en prueba de agradecimiento.

Los barcos se separaron y cada uno siguió su rumbo los barcos indios con sus bodegas vacías tenían ahora su navegación mucho más ligera.

El marinero se situó en el puente de popa, la mirada fija en el barco que se alejaba, allí pasó las horas sin moverse, ya se habían perdido de vista los mástiles de los navíos y allí seguía con sus manos aferradas a la barandilla de popa. Roberto y la tripulación lo tenían en gran aprecio, pues era voluntarioso para cualquier trabajo, tanto ayudaba en carpintería, oficio fundamental en un barco, como en la marinería, como valeroso en el combate. Ordenó que se le vigilase a distancia por si en un rapto de locura, la mar atrayente lo quisiese celosamente para sí.

Tiempo después Abdul se dirigió hacia donde él estaba, apoyando la espalda sobre la barandilla de popa permaneció a su lado en silencio. Poco después el joven marinero lo imitó. Ninguno de los dos hablaba, era como si una comunicación telepática se entablase entre ellos cada uno inmerso en sus tormentos amorosos.

Eso era lo que sucedía porque Abdul le dijo.

-Se muy bien lo que es ese dolor, llevo años padeciéndolo, hay momentos que no siento el alma y que oigo la mar llamarme con voces tan atrayentes que he tenido que realizar verdaderos esfuerzos para no arrojarme por la borda. Solamente el recuerdo y su rostro grabado en mí me sostiene en esta larga y exasperante enfermedad.

El marinero como saliendo de un éxtasis respondió.

-Tú al menos tienes el recuerdo de un pasado y la esperanza de un futuro, yo no tengo ni lo uno ni lo otro. Lo único que poseo es la desesperación de que no volveré a verla nunca más.

Es cierto dijo Abdul, -pero apenas has estado con ella, unas horas de conversación que además no podía entenderte pues no hablabais una lengua común. Pienso que es una amor fuerte intensísimo pero repentino, y así como ha venido, así repentino se irá.

Permanecieron un tiempo en silencio.

Es cierto lo que has dicho, dijo, pero hay certezas, hay seguridades internas que no se pueden razonar, que se sienten, que se saben porque se saben interiormente y nada más. Y eso es lo que a  mí me ha pasado, sé que es ella y no otra y que acabo de perder la oportunidad de tenerla conmigo.

Abdul le respondió -Únicamente te falta decir que ha sido culpa nuestra. No olvides que esa muchacha tiene familia, padres, hermanos, al parecer son nobles y con muchas riquezas en su país. Muchas cosas hay entre vosotros que os separan, sin contar que ella no deseó acompañarte. Esto último debes tenerlo presente en todo momento.

-Ella sintió lo mismo que yo siento, estoy seguro, lo veía en sus ojos, lo oía en su voz, estoy totalmente seguro.

-Pero dijo que no te acompañaba. Esa es la única realidad, aunque hay que reconocer, que ella lloraba cuando te alejabas.

El marinero de un salto se puso en pié, exclamando. ¡lloraba! ¡lloraba! ¡lloraba! No me enteré que lloraba.

Tú también llorabas –le dijo Abul- y ella no se enteró tampoco. En fin muchacho, son las cosas de la vida, pocos hombres a pesar del tormento que padecemos tienen la fortuna de disfrutar las sensaciones amorosas aunque sea a través del dolor. Pues yo a esto me aferro y mi vida no es un vacío, vivir sin amor sin tener a quien amar, convierte al hombre en un ser hueco. Todo esto me lo dijo el taleb el hombre de la arena.

¿El hombre de la arena?-interrogó el joven marinero.

En el desierto hay hombres que tienen la facultad de conocer el futuro, el pasado y el presente. Este hombre había sido amigo de mi abuelo, de niños y de jóvenes mi abuelo lo ayudaba y le hacía compañía, pues el taleb era ciego y sin embargo veía más y más lejos que nosotros.

Me hizo trazar unos círculos con los dedos sobre la arena del desierto pasó rozando con su mano los dibujos trazados y comenzó a relatarme mi vida pasada, siguió después con la futura relatándome lo que iba a sucederme, llegado a este punto no quise saber más. Asustado detuve su mano y deshice los círculos trazados.

Él, con la mira fija en la arena, siguió hablando

-Joven impetuoso, hay cosas que aún estando escritas en el cielo, el hombre si pone corazón en lo que hace, estas cosas pueden variarse. Para ello es necesario que sienta el amor dentro y fuera de si, con cada inspiración debe sentir el amor de todo lo que lo rodea, lo que ve y lo que no ve, de lo que siente y de lo que no siente. Todo su cuerpo debe llenarse de este amor hasta que penetre totalmente en su alma. Con cada expiración debe proporcionar amor igualmente a todo lo que lo rodea y envuelve.

Escucha atentamente mis palabras dijo cogiéndome de la mano. No llega con las palabras, los actos tampoco llegan, es necesario llegar a la intención al pensamiento amoroso, al pensamiento puro y sin mácula alguna. En la medida que esto consigas así también podrás conseguir modificar lo inmodificable y variar lo invariable.

Quien no ama al mundo y a todo lo que lo compone, no sabe amar y son incapaces de amar, llaman amor a su interés, llaman amor a aquello que les proporciona placer, llaman amor a aquello de lo que carecen y que desean. A eso llaman amor. Puedo asegurarte que eso no es más que el egoísmo del hombre con ceguera de espíritu.

El amor del que te hablo se asemeja a nuestro sol, ilumina, proporciona lo mejor de sí y no se preocupa de nada más, ama y ya está.

Nunca se podrá amar a un semejante sino se ama a todos los semejantes. A esto se le llama tener pureza de espíritu.

-¿Pureza de espíritu?, ¿como puedo llegar a conseguirlo?. En ese camino yo no puedo ayudarte, nadie puede ayudarte, tu serás tu única ayuda, tu serás el único camino y tu vida la única travesía que habrás de recorrer en la más absoluta oscuridad, pero cada vez que tu espíritu haya avanzado un paso, por muy pequeño que este haya sido, un inmenso resplandor iluminará tu pasado y durante unos fugaces instantes tu futuro más próximo.

Me apretó la mano con fuerza y su rostro hasta ahora inexpresivo esbozó una sonrisa, añadiendo.

-El cielo a veces hace trampas y tiene una cosa que nosotros los hombres llamamos azar.

Abdul se puso en pié y golpeando en un hombro a su compañero le dijo, ¡vamos holgazán que tenemos que aprender tantas cosas en la vida, tantas cosas que no podemos perder el tiempo en lamentos inútiles hacerlo es revolcarse en el propio fango y eso a nada ni a nadie benefician! Todo aquello que no es beneficioso, no es un pensamiento amoroso y nos alejamos del camino de la pureza de espíritu.

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