MELVYN GRANT (ICE SCHOONER)

Capítulo VI

-LA ASAMBLEA-

Estaban fuera de la ley, la mitad de la tripulación sería ahorcada, la otra mitad serían encerrados en insanos calabozos padeciendo sufrimientos y penalidades hasta apagárseles lentamente la vida.

Las leyes del mar duras de por sí, eran terribles para el motín y más aún si había habido muerte de oficiales.
El barco quedaba en manos de hombres cuyo trabajo estaba en el mar, en él pasaron las mayor parte de su vida y en él estaban condenados a vivir mientras sus familias en tierra subsistían con el mísero sueldo que estos podían entregarles.

El destino cambiacon frecuencia la vida de los hombres, cambios que hacen variar el sentido y comprensión del mundo, a menudo esta nueva orientación convierte a personas honradas en perseguidos, desarrollándose en ellos resentimiento y odio, convirtiéndoles en malvados a veces hasta el exceso. Otras veces el destino orienta la vida de estos seres en un camino de intachable comportamiento, porque muy pocas personas son totalmente la maldad o la bondad perfecta. Así es el destino, pero el azar también juega en el gran juego de la vida por medio de insignificantes contratiempos, contratiempos que son a su vez motivadores dinámicos de grandes avances en el espíritu del hombre y de la sociedad, otras, por el contrario, truncan la vida del hombre en instantes. Es el misterio de la vida y de la creación. Los oficiales y el capitán desaparecieron porque atentaban contra la naturaleza, la vida misma, y la vida y la naturaleza acaban por hacerlos desaparecer.

La vida es sabia y la naturaleza tan sabia como ella, el destino está escrito en el cielo, pero en el cielo solamente está escrito el destino espiritual, no el terrenal, el destino de los cuerpos de los hombres los escriben los poderosos, los acaudalados y los reyes. Por eso el azar como viento imprevisible desmorona ese destino terrenal, burda imitación del destino del cielo.

Así sucedió con estos hombres de mar que se convirtieron en amotinados, perseguidos por leyes implacables. De marineros, de hombre sin valor alguno, tratados con menos consideración que los animales, pasaron a hombres independientes, libres de miedos y cadenas, dueños de un buen barco lleno de mercancías. Eran ahora piratas con precio puesto a sus cabezas, teniendo más valor para las autoridades de muertos que en vida.

Toda la tripulación ocupó la cubierta, permanecían sentados y silenciosos, era urgente conocer el rumbo de sus vidas, el del barco sería mera consecuencia de ella. Pocas alternativas quedaban, volver significaba enfrentarse con los jueces y la horca, entregarse no mitigaría en nada el resultado final. Estaban todos de acuerdo. Seguir era una posibilidad ¿pero a dónde y cómo?. No tenían instrucción alguna, siempre habían sido mandados y siempre habían obedecido. Mandarse a si mismos, obedecerse a si mismos, ser libres era una sensación que nunca habían tenido que ahora los llenaba de incertidumbre.

Roberto permanecía callado, como él permanecía Abdul, la misma actitud el cocinero y así toda la tripulación. 

El recuerdo de sus familias y la nueva situación les impedía meditar, cuando hablaba alguno de ellos lo hacía con torpeza, timidez y más que aportación sus palabras eran lamentos.

Roberto repentinamente se puso en pié, todos fijaron sus ojos en él, sabían que era instruido, sabía leer, conocía los vientos del Atlántico, entendía los mapas marinos y era valiente, había dado también muestras de gran sensatez sugiriendo el rescate de los marineros. Sus compañeros esperaban algo de él, no sabían qué, una salida, una luz, una esperanza al menos.

Roberto iba a sentarse de nuevo, su mirada se cruzó con la de sus compañeros, el silencio era acompasadamente roto por el barco en su rozar con las aguas.

Llenó los pulmones de aire y habló con voz alta, sus palabras llenas de energía, fueron poco a poco comunicadas a la tripulación. Para todo hay salidas, comenzó diciendo, la vida tiene la muerte por salida, la muerte tiene la suya, que por ser suya no nos preocupa. Nuestra situación tiene su salida, a mi modo de ver es la única, os la propongo, con calma valoremos sus ventajas y desventajas, si de desventajas puede hablarse en nuestra situación. Os ruego que no aceptéis mis palabras a la ligera, meditad lo que oigáis, contrastémoslo con lo de otros y decidamos.

Somos dueños del barco, sus bodegas repletas, la venta de las mercancías puede hacernos sino ricos, con más dinero del que jamás podríamos tener en toda una vida de duro trabajo. Volver no podemos hacerlo, adónde vayamos darán con nosotros salvo que lo hagamos de forma secreta y confidencial a algún lugar fuera de toda sospecha.

La mayor parte de la tripulación tiene familia y a menudo padres o hermanos viviendo en la miseria con el hambre por compañera las veinticuatro horas del día. Para ellos hay también una salida. Pero antes debemos tomar una decisión, pongo a Dios por testigo, que no es voluntaria sino empujada por la maldad de algunos hombre que no nos han dejado más alternativa que morir o vivir como podamos.

El cocinero aplaudió, con él todos. Expresaban con aplausos lo que sus corazones sentían, ahora si que estaban seguros de que había una salida, de que él la tenía.

No somos criminales, ni lo seremos nunca, continuó, diga quien lo diga, jamás seremos criminales; lo que jueces y leyes dicten poco debe importarnos, al contrario, más debemos importarles nosotros a ellos.

Esta vez la tripulación se puso en pié. ¡Bien, bien, bien! gritaban a coro.

¡Fugitivos! ¡fugitivos! no, gritó Roberto, elevando sus voz sobre la de ellos ¡fugitivos! no. ¡Piratas!.

No había dejado de hablar, cuando se levantó el cocinero gritando ¡piratas!, le siguió Abdul ¡piratas!, la tripulación entera ¡piratas! ¡piratas! ¡piratas!.

Debemos elegir un capitán del barco y al cabo de mar. Dijo con voz firme Roberto, que fue elegido por unanimidad capitán del Santa Cruz, los pilotos los que ya lo eran, y por cabo de mar al cocinero. Su primera orden fue para su amigo el cocinero. ¡Danos de comer o moriremos de hambre!. ¿Bazofia o comida? Interrogó el cocinero con sorna. Tú sabrás, capitán eres en la cocina, y como cabo de mar, eres el representante de la opinión e interés de todos nosotros que somos tripulación.

La época del año propiciaba el buen tiempo, con él y sin contratiempos avistaron las costas mejicanas. Los papeles estaban en regla, los sellos eran buenos, Roberto tomó uno de los trajes del capitán y disfrazó con el de un oficial a otro de sus marineros. Exigió el pago de las mercancías en metálico en el momento mismo de comenzar su desembarco, alegó que era la orden recibida y para apoyar sus palabras enseñó un papel en el que estaba escrito tal petición.

Las mercancías hacían falta en Méjico, donde todo lo que venía de España era recibido con alegría y vendido varias veces por encima de su precio de compra.

Todo salió como se esperaba, solamente hubo un pequeño contratiempo, un oficial con soldados vino a buscar las armas, cañones y pólvora a su fuerte destinados. Roberto extremó su amabilidad, hízole subir al barco, le ofrecieron una garrafa de vino generoso andaluz, poniendo después cara de extrañeza dijo que en las bodegas de su barco no había ningún cargamento militar. El oficial comentó que esperaban el material y que preguntaban a todo barco que llegaba por si venía en él.

Hablaron de múltiples cosas, en Méjico, de sus costumbres y del comercio con España, el vino hizo efecto en la cabeza del oficial, haciéndole locuaz. De aquel puerto partía un galeón con oro y plata cada tres o cuatro meses aproximadamente con destino a Sevilla, el oro era almacenado en la fortaleza.

Rogó Roberto que el oficial llevase unas botellas de vino y que las disfrutase con sus compañeros. Aceptó el oficial con sumo agrado el obsequio. Así finalizó este pequeño contratiempo.

El Halcón fue descargado en diez días, sus bodegas quedaron vacías, casi vacías, porque Roberto indicó que dejasen un poco de lo que a él le pareció más interesante y que podía hacer falta, ni que decir tiene que las armas y municiones estaban ocultas.

Cargó agua, carne salada, vegetales, legumbres y frutas tanto frescas como secas en cantidades abundantes. Almacenándolo en la mejor disposición previendo su prematuro deterioro, destinó a un hombre la responsabilidad de vigilar su estado y preservar su conservación.

Se hizo a la mar el Halcón, trece días después de haber llegado a puerto. Con las bodegas vacías el Santa Cruz navegaba con la rapidez del viento, sus maniobras se hacían con facilidad, el barco obedecía pronta y mansamente. La tripulación era eficaz, rápida y enérgica, no era necesario ordenar, la tripulación conocía su oficio y lo ejercía con habilidad y destreza.

A las pocas horas de abandonar el puerto quedaba en la lejanía la tierra, Roberto reunió a la tripulación mostrando el balance de la venta. Con este dinero, cada uno de nosotros tiene ya una posición económica varias veces superior a la que anteriormente teníamos, el botín es y será en el futuro dividido a parte iguales porque ningún hombre es más que otro hombre. Si os parece bien, sino agregó Roberto, yo me quedo con todo por ser capitán y vosotros con nada por ser tripulación.

Volaron los gorros por el aire, aquél era un gran día de fiesta, las cosas comenzaban bien y lo que bien comienza por fuerza bien debe acabar.

A ningún lugar habían llegado noticias de lo ocurrido con el Santa Cruz, de momento nada habían de temer, con un poco de astucia podrían permanecer en esta situación un año, tal vez más.

El Santa Cruz estaba dotado con doce cañones, se hicieron arreglos en los costados del barco para instalar tres cañones a babor y otros tres en estribor.

El cañón de largo alcance, una magnífica y moderna pieza de artillería, la puso a babor.

Contaba ahora el Santa Cruz con diecinueve cañones uno de ellos único en el mar.

Fueron los artilleros, los encargados de conservar en perfecto estado la pólvora y municiones, así como de la buena conservación de las armas y cañones. Eran hombres que habían sido artilleros en la guerra, conocían el arte de disparar, su misión consistía también en reparar, fabricar armas e inventar o adaptar alguna si así fuese necesario, cosas que tuvieron que aprender por si mismos, montando y desmontando pieza por pieza hasta descubrir sus más recónditos mecanismos.

Cuando al hombre se le hace responsable, cuando su actividad es por él considerada importante, capacidades antes desconocidas se le desarrollan, inteligencia, perspicacia, imaginación y método. La voluntad dormida en un hombre esclavizado por la rutina es despertada como el aguacero despierta la tierra reseca o la primavera a los dormidos frutos.


Los artilleros tuvieron por misión enseñar el manejo de las armas de fuego, toda la tripulación debía saber utilizar cañones, culebrinas, pistolas y escopetas, así como mantenerlos en perfecto estado.

Armas de fuego las había en abundancia. Todo lo que tenemos, dijo Roberto, tiene valor, lo que tiene valor se guarda y se cuida, las armas con mayor motivo porque de ellas y del barco dependerán nuestras vidas.

En una de las asambleas para decidir el rumbo decidieron cambiar el nombre del barco, buscando un nuevo nombre más adecuado. Sugirieron el peregrino gavilán, la castaña flotante, dijo el cocinero y cesta de mar; que a todos hizo reír. Finalmente se decidió cambiar el nombre de Santa Cruz por el Halcón.

Roberto construyo en la cubierta, con maderas que había en la bodega, ingeniosos sujeta fusiles, sujeta pistolas y lugares donde colocar pólvora y munición de arma de fuego corta.

Todos estos preparativos los hacía en previsión, de que siendo pocos hombres para realizar o sufrir un abordaje debían de hacer uso de las mayores ventajas que pudieren. Teniendo los hombres de cubierta varias armas preparadas para su uso inmediato en el caso de ser necesario.

El barco navegaba con rumbo indeciso, dentro de un mes un galeón navegaría con oro y plata en esta misma ruta. Mientas tanto navegaban sin un rumbo fijo, siguiendo tán sólo las rutas más comerciales y a la espera del avistamiento de alguna presa.

Se ejercitaba la tripulación en el manejo del sable y en la lucha cuerpo a cuerpo. Roberto como buen capitán previsor vio claramente la desventaja en que estarían en caso de enfrentamiento, lo hizo saber y la tripulación en pleno se ejercitaba en la lucha. Nadie mejor que Abdul como maestro, el entrenamiento fue intensivo y pudo decirse que en pocas semanas pasaron de marineros a convertirse en hombres aguerridos y especialistas en la lucha en barco y a distancias cortas.

Un barco con hombres disciplinados, entrenados en el manejo de armas blancas y de fuego, hombres que nada tienen que perder excepto el retraso de su horca. Esa fue la conciencia que en su entrenamiento en las tácticas y simulacros de abordaje tuvieron, y no se equivocaron porque quienes fuesen en su busca se encontrarían con hombres entrenados en la lucha y ardientes para el combate, se consideraban ya muertos y partiendo de esta consideración el miedo desaparecía de sus mentes, y esta y no otra, es la concepción secreta de los héroes.

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