MELVYN GRANT (ICE SCHOONER)

Capítulo X

-EL GALEÓN-

Los delfines saltaban a los costados del barco escoltándolo en su travesía. Un marinero con especiales dotes fonéticas imitaba sus sonidos, al poco tiempo empezaron a responderle. Los delfines con la cabeza fuera del agua decían cosas y el marinero apoyado en la barandilla otras, así se pasaban horas. Cuando alguno de ellos quería volver a hablar, se llamaban, unas veces eran los delfines, otras el marinero.

El marinero decía que los entendía y que a él lo entendían, insistió en que se comunicaba en su lenguaje. Nadie le creyó.

Un día se le ocurrió pedir a sus amigos que le trajeran unos peces y cual fue su sorpresa cuando aparecieron con ellos. Los marineros esta vez creyeron que de verdad hablaba con los delfines. Esto fue beneficioso, porque todos los días los delfines traían peces para la tripulación.

Vieron también ballenas con sus crías en viaje migratorio, sus cuerpos enormes impulsados con un poderoso movimiento de cola avanzaban por el mar placidamente, el agua que expulsaban al aire caía como la lluvia, animales tan grandes no eran agresivos ni comían peces, su boca abierta tragaba agua que contenía pequeños elementos orgánicos vivos. La naturaleza tiene sus motivos para hacer del animal más grande y de mayor peso de la tierra, una animal inofensivo que no se alimenta ni con la carne de otros peces.

Roberto veía todo esto, no dejando de asombrarse de los misterios que encierra la vida, porque la vida encierra muchos misterios y más para los jóvenes que la sienten en toda su plenitud pero no se explican nada de ella. Cuentan que una vez a un joven se le apareció la muerte, llegaron a un extraño pacto, la muerte le avisaría con anterioridad el momento de venir a buscarlo. Pasaron los años, al hombre se le encaneció el cabello, después le cayeron los dientes, más tarde sufría ataques de reuma, finalmente caminaba ayudándose de un bastón. Un día vino la muerte para llevarlo consigo, el viejo exclamó asustado, ¡has roto el pacto, habías prometido que me avisarías cuando llegase el momento!. La muerte ofendida, respondió: acaso no tienes el cabello blanco, no te han caído los dientes, no necesitas un bastón para caminar ¿qué otros avisos querías?.

A media tarde, desde el palo mayor el vigía anunció las velas de un barco, era un galeón que probablemente se dirigía del Perú a España. De seguro que vendría con oro y plata. El galeón estaría bien armado de cañones, su abordaje no sería nada fácil para un barco sólo y menor para el Halcón que era de bastante menos tamaño, aunque más rápido. El cañón de largo alcance podría ser disparado sin que los cañonazos del galeón les alcanzasen, pero ello traía el peligro de hundir el barco y el botín con él. Por otra parte, Roberto tenía la intención de apoderarse del barco, dividir sus hombres en ambos, enrolar más tripulación y ser dos barcos los que se dedicasen a la piratería.

Era necesario emplear una estratagema ¿pero cual?, cada vez que un barco divisaba a otro se ponían ambos en alerta, por otro lado había una ventaja, aquella no era zona de piratas y tal vez si fuese tomado por sorpresa habría alguna posibilidad, pero tampoco había islas donde refugiarse y salir inesperadamente.

Roberto planeaba atacar de noche. El posible botín compensaba el correr grandes riesgos. En la cubierta dos marineros practicaban la lucha con el palo, ambos se cubrían la cabeza con paja recubierta de lona que ataban por debajo del cuello como si fuese un casco.

Roberto al verlos asoció la idea y ordenó confeccionar gruesas ruedas de paja trenzada y cuerdas para atarlas a la barandilla colgándolos a babor y a estribor.

Decidió seguir rumbo dejando atrás el barco hasta casi perderlo de vista, se hizo de noche y no encendieron ningún farol. El galeón encendió luces haciéndose visible desde muy lejos. Roberto ordenó girar en redondo, la noche era clara pero no había luna, no sería descubierto hasta que estuviese mismo sobre él.


Pasaron las horas, el capitán del galeón sintiendose fuera de peligro, dejó en vigilancia los servicios acostumbrados, mientras la tripulación y los pasajeros dormian.

En el Halcón todo estaba preparado, las armas, los pasillos de abordaje y el plan de ataque ensayado repetidas veces.

Como una sombra se acercaron por la popa del galeón, el timonel lo ciñó ligeramente a su costado cuyo choque aunque débil fue amortiguado por los circulos de paja, inmediatamente colocaron los pasillos, los marineros con Roberto al frente pasaron al galeón, cuatro hombres corrieron al puente para hacerse dueños del navío inmovilizando al timonel, otros a la proa, la tripulación que estaba en la cubierta cogida por sorpresa fue incapaz de reaccionar. Veinte hombres armados descendieron a los camarotes cogiendo el pleno sueño a todo ser viviente que no dándose cuenta de lo ocurrido no opuso resistencia alguna. En pocos minutos se habían hecho dueños de un galón español, presa codiciadísima de todo pirata.

Fue llevada a cubierta toda la tripulación, ataron manos y pies de unos hombres a otros, sin excepción, tripulación, viajeros, oficiales y capitán. Varios hombres armados los custodiaban.

El barco transportaba oro y plata en sus bodegas en tal cantidad que todos comprendieron que se había acabado la piratería. Aquello era más que un tesoro, era más que una fortuna. El oro y la plata en lingotes llevaban el sello real español, a ellos iba dirigido, a engrosar su tesoro nacional extraído de las minas del Perú.

La noticia se extendió rápidamente y por turnos fueron a verlo con sus propios ojos y tocarlo por no dar crédito de ellos.

La buena suerte les acompañaba, nunca pensaron hacerse con tanta riqueza con tanta facilidad y en tan poco tiempo, en toda la historia, escasísimos piratas había hecho un botín semejante.

Lo extraño era que el galeón aunque bien armado, con treinta cañones y con una carga de tanto valor en sus bodegas no fuese escoltado por algún barco de guerra o navegar en compañía de otros navíos para hacerse fuertes en caso de ser atacados.

Todo este oro y plata, así como el de otros barcos transportados durante muchos años, eran extraídos de minas donde la enfermedad, el dolor, la esclavitud y la muerte, iban unidas al precioso metal.

La representación de la belleza y del símbolo de poder de estos metales, que las señoras con ostentación llevaban en su cuello y manos y que los hombres también llevaban con orgullo sobre si, presumiendo todos ellos del padecimiento de niños y jóvenes indios que trabajaban hasta el agotamiento, hasta que sus cuerpos inservibles eran enterrados como el metal que antes habían extraído.

De esto presumía la nobleza y comerciantes de aquel tiempo, y de esto mismo hoy por igual se presume. El dolor y el padecimiento ajeno produce placer, placer que debe ser intenso y razón de existencia en algunas personas, cuando sus actos no se orientan hacia la mejoría de sus semejantes.

El oro en nuestra sociedad es el metal de la avaricia, y si la persona avariciosa huele mal, el olor que el oro desprende es todavía peor. Pocas personas se han detenido a oler el oro, el resplandor ha centrado toda su atención en la vista. Sin embargo su olor es nauseabundo, hagan la prueba los olfatos sensibles, penetren en el interior del alma de este metal, y no volverán a querer permanecer cerca de él jamás.

Los países conquistados por las naciones Europeas, eran tomados como lugares de explotación al igual que se servían de todos sus recursos sus riquezas extraídas no se invirtieron en industrias ni en mejoras en los países de donde se extraían, llamándoles colonias. Tampoco se invirtieron en este caso en España, porque si aún fuese así, algo mejoraría la penuria de su población. Dedicaban este oro a financiar las guerrasllamadas de religión contra los protestantes en los países bajos. Otra parte financiaban los neuróticos caprichos de la aristocracia y de la realeza y, en fiestas, en jardines, palacios y construcciones que hoy llamamos arte. Pero que no es otra cosa que arte del capricho, y arte proveniente de la miseria ajena, para deleite de unos pocos.

Por eso digo, que el dolor y padecimiento ajeno, produce a algunas personas placer, sumo placer.

Después de esta pequeña disgresión, volvemos al hilo de nuestra historia.

Roberto se dió perfecta cuenta que tenían dinero suficiente para realizar varias veces su proyecto de vida ideal, continuar de piratas no tenia ya sentido alguno, quedaba tan sólo llevarlo a cabo.

Lo que restaba de la noche, apenas dos horas, se hicieron las más largas de sus vidas, querían la luz, ver el día, la noche era como si se negase a partir.

El día vino al fin, la excitación era general para los marineros del Halcón, mientras el terror y el miedo invadía a los tripulantes del galeón apresado. Temían que les diesen muerte, su temor no sería infundado de ser piratas normales, pero aquellos hombres aunque piratas, no eran piratas normales. Con el día comprobaron que había seis mujeres entre la tripulación, una era la mujer de un exgobernador con dos hijas suyas, las tres restantes sus criadas y doncellas. Había también diez soldados y un oficial encargados de la custodia del cargamento real, el resto de la tripulación marineros, exceptuando capitán y oficiales. El ex-gobernador temiendo la afrenta de sus hijas ofreció dinero que enviaría de España para su rescate. Roberto le preguntó irónicamente por las otras tres mujeres. No son de mi familia ni de mi posición social, respondió secamente el exgobernador. Sonrió Roberto, dejándolo sin contestación alguna. Un marinero del galeón, muchacho de igual edad que Roberto, en voz alta para que lo oyesen, dijo: “una de esas mujeres tiene familia señor, es mi novia, estoy dispuesto a lo que sea para que no sea molestada, dar mi vida si es preciso”. Mandó Roberto que los atasen juntos por una sola mano, dejándoles los dos pies y una mano libres y les guiñó un ojo de complicidad indicándoles que nada malo iba a suceder.

¿Qué se hacía con todas aquellas personas? De dejarles en el mar era segura su muerte, no había más alternativa que dejarles en tierra, en algún lugar. ¿Y la tripulación?, Roberto necesitaba hombres para manejar el galeón, si algunos de aquellos quisieran enrollarse sería la solución. Propuso a su tripulación que invitasen a los marineros a participar en el proyecto. Acordaron que se hiciese en grupos de dos, los marineros fueron llevados al Halcón donde se les explicó lo que pretendían, si rechazaban la oferta quedarían en libertad con el resto de los tripulantes en la primera isla habitada que encontrasen. Entre los marineros había un indio inca, cuando escuchó las palabras de Roberto sobre lo que pretendían, se alegró diciendo: cuentan mis mayores que así era la vida en Cuzco y en todo el territorio inca antes de la llegada de los españoles. Roberto tomó interés por las palabras del indio, diciéndole que tenía gran necesidad de que le hablase con detalle de su pueblo.

Veintiséis de los casi sesenta marineros dijeron que no deseaban ir, los soldados enterados por los marineros hicieron saber a Roberto que ellos estaban hartos de la milicia, que habían sido obligados a salir de sus casas y a abandonar su tierra, que si los aceptaban irían con ellos hasta el final allí donde fueran.

El joven marinero enamorado dudó pero fue su novia, que aún no era tal como como después se aclaró, quien dijo que irían siempre y cuando nada tuviese que temer de la tripulación. El joven añadió: yo voy a donde ella vaya. Se conocieron en el barco y su relación no pasó de miradas, ni siquiera se habían cruzado palabras de saludo, pero el amor había inflamado el corazón del muchacho con tanta intensidad que no dudó en ofrecer su vida por la de una joven que no sabía si le correspondería en sus sentimientos, y es que la juventud es así, impulsiva, desprendida hasta con su vida cuando de amor se trata, así debiera ser siempre pero tristemente no lo es, con los años otras preocupaciones ocupan su lugar y cuando el joven se hace hombre, por amor no se desprende de nada o al menos de casi nada.

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