MELVYN GRANT (ICE SCHOONER)

Capítulo III

-LA HUIDA-

La orden de busca no sería dada hasta el día siguiente, durante días estarían haciendo averiguaciones. Podría estar oculto en las montañas, en algún pueblo cercano o en la cabaña de algún campesino, también podría haber huido, ¿pero a dónde y hacia dónde?, eso llevaba su tiempo, como tiempo llevaría encontrarle.

Disponía Roberto sin preocupación alguna de una semana sin temer absolutamente nada, a partir de ese tiempo cualquier cosa podría suceder.

Aún no era verano y las noches eran todavía frescas. Para dormir se apartaba del camino, improvisaba una cama de hojas y helechos bajo las ramas de un árbol que le protegiese del rocío nocturno, envolviase en una manta y dormía. La primera noche tuvo un sueño muy curioso, sus perseguidores iban tras él, perseguido descendía por una montaña, la bajada era fácil, sin embargo, era incapaz de correr, sus piernas se hundían en arena y un frío glacial invadía su cuerpo, sus perseguidores estaban a punto de cogerlo. Despertó sobresaltado, todo había sido un sueño, la temperatura había descendido esa noche y su cuerpo realmente tiritaba de frío. Se incorporó, saltó un poco para entrar en calor, volvió a tumbarse, pero esta vez echando sobre si hierbas y hojas que lo protegieran del frío nocturno.

En su huída cruzó pueblos, aldeas y ciudades, rehuyendo las posadas para no ser reconocido y dejar pistas sobre su paso.

Pasaban los días y su avance hacia el sur se realizaba sin ningún tropiezo, hasta que ya en Andalucía se vio de repente rodeado por una cuadrilla de seis bandoleros. No pudo oponer resistencia alguna, hacerlo hubiese sido la muerte instantánea. Estos mismos hombres asaltaran horas antes a un carruaje, uno de los asaltantes había sido herido de un disparo. Roberto entregó su dinero y el caballo, al ver al herido dijo: ese hombre necesita que lo curen. ¿puedes hacerlo tú?Le preguntaron. Puedo intentarlo, aunque nada garantizo, la herida es fea. El herido era el jefe del grupo, hizo que lo bajasen de la montura y con el dolor reflejado en el rostro, le dijo, haz lo que puedas muchacho.

Pasó por el fuego la hoja de una navaja barbera y las de dos cuchillos. El bandolero permanecía tumbado, Roberto le puso un pañuelo entre los dientes, explicó a los bandoleros que lo atasen y sujetasen bien. Debía extraer la bala incrustada en la parte superior del pecho y comenzó a cortar separando las carnes con los dos cuchillos, no había dañado ninguna costilla aunque se encontraba alojada cerca, muy cerca del pulmón. El jefe de bandoleros, hombre curtido parecía hecho para el sufrimiento, durante todo el tiempo que duró la operación no pronunció ni un solo quejido. La bala fue extraída con dificultad, pero al fin salió. Perdió el herido abundante sangre, pero no tanto como para que aquél hombre perdiese el conocimiento y el ánimo. ¿todo bien? Preguntó en voz muy baja. De esta saldrá usted, con unos días de reposo. Nadie le había tratado nunca con respeto, menos aún, un prisionero que lo curaba y sin pedir nada a cambio. El jefe sonrió levemente, y cerró los ojos. Buscó Roberto hierbas por el campo, las coció y tras enfriado el cocimiento las mezcló y amasó con arcilla, colocando el emplasto sobre la herida. Con otras hierbas hizo infusiones para calmar el dolor y la fiebre. A la mañana siguiente se encontraba mucho mejor, tres días después totalmente recuperado. El jefe y los bandoleros habían intimado con él, sabedores de su historia le ofrecieron unirse a ellos, Roberto prefirió si se lo permitían, seguir camino e intentar embarcarse. Si es tu deseo, respondió el jefe, debes partir cuanto antes, uno de mis hombres te acompañará para que nada vuelva a ocurrirte, te guiará por la sierra y en Cádiz buscará amigos que te embarquen lo más rápidamente posible.

Partieron al amanecer, por desfiladeros de montañas y llegaron en pocos días a la ciudad. Roberto no había visto nunca una ciudad tan grande, ¿Quién se preocupará de mí, quien podrá encontrarme mezclado entre toda esta gente?, pensaba. Acostumbrado a vivir en el campo y en aldeas, no sabía que la razón de ser de la ciudad es que a ella acude muchísima gente de todas partes, siendo por esa misma razón, donde mayor vigilancia hay, encontrándose a menudo en ciudades populosas a quien menos se espera.

Caminaron por diversas calles entre carros de mercancías, admirando las buenas y grandes casas. Su acompañante le mostró las mansiones iluminadas cuya luz se irradiaba a través de las ventanas. Eran las casas de los adinerados, de los ricos comerciantes. Pero en otras calles había casuchas hacinadas de gente, eran obreros y marineros con míseros salarios cuyos hijos hambrientos trabajaban con el mismo horario de sus padres y con un salario cinco veces inferior. Muchos de estos niños vivían en la calle, porque ni padres tenían, hasta tal punto había llegado su desgracia y mala fortuna. Cádiz era un campo de cultivo para futuros ladrones y bandidos de toda suerte, que surgirían de estos niños desamparados, hambrientos, descalzos, apenas vestidos y sin instrucción alguna. Su única escuela era la calle, su única asignatura interna comer y subsistir como pudiesen. A los que la naturaleza había dotado de una fortaleza excepcional, superaban las enfermedades, la habilidad y el rápido aprendizaje en las pillerías callejeras lograban hacerle llegar a la edad adulta, y si el destino era benévolo con ellos, conseguirían arrastrar una vida penosa de trabajos, que los haría morir prematuramente avejentados con el organismo agotado no llegados los cuarenta años. Pero si esto no sucedía, y era lo más normal, la muerte temprana, los guardias, la cárcel y el patíbulo acabarían con ellos.

Tanta desigualdad humana, tanto bienestar mal repartido, tanta desgracia y miseria acumulada en una sola condición de gentes, mientras una minoría vivía en la opulencia era injusto y de todas maneras injustificado.

El bandolero fue en busca de un conocido, mientras tanto Roberto se dirigía con curiosidad a un grupo que hablaba en voz alta. Era una mesa de juego, apenas llegó, una mujer joven estaba apostando a un garbanzo que se ocultaba bajo tres tazas, la mujer se dirigió a Roberto para que apoyase su dedo en una de las tazas mientras ella buscaba unas monedas, varios hombres y varias mujeres hablaban a la vez, Roberto no sabía a quien atender, a la mujer le faltaba dinero con que completar la apuesta, todo el mundo gritaba, ¡está ahí!, ¡está ahí!, decían refiriéndose al garbanzo. El hombre de la mesa indicó que levantase la taza y vería el garbanzo, efectivamente el garbanzo estaba ahí, la mujer dijo que no tenía dinero de la apuesta, que se lo dejaba a él si quería, todo el mundo lo incitaba a jugar. Confuso, sacó dinero y lo dio, volvieron a subir la apuesta, la mujer y los que allí estaban lo incitaron a subirle, no sabía que hacer, ya había entregado dinero, sacó más, lo entregó, quisieron subir la apuesta. Todo el mundo gritaba. No quiso jugar más, levantó la taza y allí no había garbanzo alguno. Quedó estupefacto, todo el mundo desapareció como por arte de magia, en ese momento llegó el bandolero. ¡Alma de Dios!, ¿qué te ha pasado? Exclamó al ver su cara. He jugado y … ¡Has jugado y te han timado!. Cádiz en la calle es timo y robo, timo en la calle y en los negocios, robo en la calle y en los negocios, unos por miseria u otros, los peores, por avaricia. Lo tomó del brazo y siguieron caminando. Irritado consigo mismo, dijo entre dientes: soy un imbécil. No, no lo eres, todos y todo estaba en tu contra, todos ellos estaban de acuerdo para embaucarte, es la primera lección de la picaresca de la ciudad, pon atención porque si no, caerás en todos los trucos y hay mil que el estómago hambriento inventa para los bolsillos ingenuos.

Roberto fue conducido a la posada de un hombre de confianza encargado de cuidarle y embarcarlo en la mejor oportunidad.

El posadero, hombre de experiencia en el mundo de la ciudad y de los avatares que en ella surgían diariamente, tranquilizó a Roberto, llevándolo al patio que la posada tenía le dijo:

-Viniendo recomendado por quien recomendado vienes me hago responsable de tu seguridad. Enterado estoy de lo que te ha sucedido, no debes preocuparte, las órdenes de apresamiento tardan en llegar mucho tiempo y cuando lleguen yo seré de los primeros en saberlo. ¿Cómo lo sabré?Esas son cosas mías. Pero aun llegada esa orden, tendrían que reconocerte, localizarte y finalmente apresarte. Todas esas cosas son muy difíciles teniendo amigos y en una ciudad como Cádiz.

Le puso una mano sobre el hombre y amistosamente añadió, no debes preocuparte lo más mínimo, disfruta de la ciudad, a esconderte tienes tiempo y si quieres y es tu deseo, no te faltará ocasión de que puedas corresponder a lo que por ti pueda hacer.

No entendió Roberto a lo que con aquellas palabras querría referirse el posadero, prefirió no preguntar, y esperar a ver como se desarrollaban los acontecimientos.

La posada era frecuentada por gentes de paso y de desigual condición, hidalgos y nobles venidos a menos que se embarcaban hacía tierras lejanas. Hombres que venían a negociar con gentes de ultramar y también truhanes y gentes del hampa estos no dormían, se reunían para beber, comer e intercambiar noticias de los asuntos de Egipto que es como se referían a sus secretos asuntos de los que el posadero estaba enterado y era sabedor de buena parte de ellos.

Roberto pasó a ser un personaje más del mundo de la posada y tratado con afecto, sobre todo después de que en un par de ocasiones, el posadero le pidió si tenía a bien y quisiera curar a un buen amigo suyo de un mal que padecía a causa de un accidente. Asi se refería el posadero a heridas de bala, cuchilladas o descalabro por golpes o caídas de murosventanas y tejados de casas.

No le faltó a Roberto nada ni siquiera respeto y consideración, nadie le dirigió una frase que pudiese molestarlo, siempre había un vaso de vino para él en cualquier mesa.

Más tarde se enteró que el posadero era hermano del bandolero que había curado en la sierra y que otros que había curado con éxito eran hombres de influencia en el mundo del hampa.

Comentó Roberto a su amigo el posadero, como se empeñó en que así lo llamase, que deseaba trabajar de carpintero en la construcción de barcos.

-Eso quieres –le dijo con la mirada de quien conoce bien las intenciones de los hombres-.

Sí, quiero trabajar en el astillero y conocer bien ese oficio, respondió con firmeza.

Veré, que puedo hacer. El posadero siempre respondía de la misma manera cuando se la pedía algo, y muy rara vez no pudo hacer lo que se le pedía.

Esa misma tarde Roberto conoció en la posada a un maestro carpintero en los astilleros, el vino era por cuenta de la casa.

Al día siguiente se incorporó a su nuevo trabajo. Aprendía con rapidez preguntando los pormenores de la construcción de cuadernas y quillas, interesándose por los lugares más débiles del barco y otros muchos detalles.

El trabajo fortaleció su cuerpo, sus brazos ganaron en musculatura y sus manos se hicieron fuertes. El maestro carpintero vio en Roberto un muchacho inteligente, bien dotado de virtudes y lo invitaba con frecuencia a comer a su casa. Tenía en ella además de su mujer, dos hijas que con él vivían cada cual más bonita y poseedoras de esa gracia andaluza que las mujeres de Cádiz poseen.

Roberto se dio cuenta que el maestro carpintero y su mujer albergaban la esperanza que entre él y alguna de sus hijas naciese una atracción y así poder colocar a una de ellas en su momento. También se dio cuenta que a ellas tanto a una como a la otra no las importaría amar y ser amadas por Roberto.

Había cogido cariño por aquél hombre honrado y trabajador y observando él que tarde o temprano tendría que marcharse precipitadamente de Cádiz decidió no volver más por su casa.

Pasaron los meses, el tiempo transcurría lentamente, un día llegaron rumores de búsqueda y captura de un hombre joven de sus características. El posadero llamó a parte a Roberto y con tono solemne le comunicó lo que sucedería, indicándole que lo mejor que convenía, sin prisas y sin temor alguno, pero que era necesario su partida con nombre y documentación falsa que él se encargaría de traerle, para que embarcase entre la tripulación de algún barco que se dirigiese a las costas mejicanas. Y que él como buen amigo que era se encargaría de buscarle. Añadiendo, veré lo que puedo hacer.

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